25 de septiembre de 2013

Venecia Desayuna Con Diamantes

¿Han leído los jueces de la Bienal 
demasiada teoría poscolonial?
Que sepamos, Angola no tiene grandes artistas contemporáneos. La antigua colonia portuguesa está excluida del circuito artístico internacional. Desgraciadamente, ello no supone ninguna rareza dentro del continente africano. Los africanos están en el centro de las vaguardias históricas, dicen los libros de texto, no como creadores originales de carácter individual, sino en bloque. África puede aportar mucho, según los museos occidentales, ante una mirada europea con ganas de variedad y atavismo. Pero más allá de Picasso la cosa pierde interés. Los compositores franceses de los años 20 (Debussy, Ravel, los Seis) erraron muy fuerte cuando vieron el jazz con una mirada colonial, juzgando la negritud como una tendencia que ellos podrían despachar con Golliwogg's Cakewalk y algunos gestos coloniales análogos. Según la versión oficial, la moda del jazz dura tres años (1917-1920). Según cuenta el mito, esos trompetistas y saxofonistas venidos hasta Paris anticipaban el mayor robo del siglo. Que los músicos negros de Estados Unidos se hicieran con los oídos de medio mundo es algo normal. En casi todos los campos culturales el interés por cierto grupo social suele anticipar la consolidación de una voz propia, la emergencia y el respeto hacia algunos miembros señalados de la tribu. Así, la novela hecha para mujeres (digamos: Pamela) anticipa la novela hecha por ellas (digamos: Cumbres Borrascosas). Sin embargo, algo similar no ha sucedido en las artes plásticas. Apenas ha dejado creadores africanos la negrofilia de comienzos de siglo. También en cuestiones estéticas, hasta nuevo aviso de coohunters, África sigue siendo una fuente agotada de materias primas.


Este prejuicio viene además confirmado por la 55ª edición de la Bienal de Venecia. Lejos de despejar nuestras dudas sobre la actualidad del arte plástico africano, la concesión del León de Oro al pabellón nacional angoleño transmite por contagio nuestras sospechas hacia las oscuras intenciones poscoloniales del premio. Poco dados a la gesticulación altermundista, los integrantes del jurado veneciano, herederos de una tradición expositiva donde solo unos pocos países elegidos exponen en los Giardini, suelen ignorar las propuestas periféricas. La mayor parte de los pabellones premiados en la historia de la Bienal enarbolan banderas conocidas en el Atlántico Norte. Así pues, este cambio radical de postulados, ¿a qué razones responde? Cualquiera que conozca el ritual de las políticas culturales, la jerga de los premios y su aureola de blablablas, no puede tomar en serio la oscura declaración de intenciones del jurado ante la prensa. Según ellos, habían prestado «especial atención a los países que lograran dar una idea original en la práctica extendida dentro de su región». Esto suena a barra libre para juicios estéticos ad crumenam. También señalaron haber sancionado aquellas muestras donde «la naturaleza cooperativa» fuera «una experiencia palpable».

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