7 de diciembre de 2013

Alegato Ilegible. Zebra Katz Rules.

[Se acerca final de año. Toca hacer listas de los mejores. Aquí va una propuesta ininteligible de coronación. Lean cum grano salis.]
Quizá nunca llegue a estar entre los diez mejores del año según Pitchfork o FactMag. De hecho nada suyo aparece en la sección de reseñas. Esto tendría que tomarse como una falta de olfato, una pérdida de oído por parte de ambas revistas. ¿Dónde quedó la capacidad de descubrir figuras musicales con pocos dineros para anunciarse a los cuatro vientos? Los talonarios desplegados por FKA Twigs, la chica que empezó a fines del año pasado con un Tumbler y tres videos, ahora vendida como la nueva Grimes, parecen señalar en la dirección contraria: claro que siguen ahí los sabuesos, solo que ocupados excesivamente repescando en el novísimo caladero del Aerosoul, que viene siendo una mezcla entre R&B + Soul + eso-que-todos-llaman-dubstep. Mismo perro, distinto collar, vaya. ¿Acaso están demasiado entretenidos acuñando the new sound of the year, un efímero título nobiliario que ahora mismo podría detentar el house venido a menos —¿culpa del pop?— como para escuchar aquello que hasta ayer mismo fuera poco menos que su religión sonora?

Hablamos de Zebra Katz. Y el credo musical que debería proteger y ensalzar sus tracks viene a ser la fiebre por las voces graves y el ritmo lento que tuvo lugar en el rap para blancos con la aparición de A$ap Rocky y su Peso dos años atrás. En cuanto a la pregunta (las revistas musicales de cierto peso, ¿tienen tiempo para hacer otra cosa salvo corear las canciones de guerra de los mayores —el caso de Drake— sin incurrir en el folletín de variedades o el catálogo de nombres, atentados ambos contra la división del trabajo y el buscador de Google?), la respuesta es un claro Jain [sí pero no en alemán]. Sí que dejan espacio para valorar el disco de A$ap Rocky, entendido como novamás del estilo grueso en lugar de la silueta decadente que viene siendo este rapero de Harlem desde los comicios yanquis de 2012 —rodar un videoclip haciéndose disfrazar de JFK en Dallas es a todas luces un precedente cojonudo para grabar luego junto a Skrillex: tú ya estás muerto, pero aún no lo sabes. Es la filosofía del disparo que está a punto de atravesar el cráneo del presidente.

Y no: los caladeros de jóvenes (y antiguos) raperos parecen agotados. El éxito de Yeezus entre los hipsters, un bombazo para la competencia inmediata (véase Jay Z), responde más bien a una bien gestionada inversión publicitaria que a un interés renovado por el género entre los creadores y los gestores de la opinión pública (por mucho que Kanye West sea muy bueno). Hay quien culpa de todo a Miley Cirus. Bien está cargar así las tintas contra la loca del pueblo, pero para qué vamos ahora a fingirnos los apocalípticos cuando la fragmentación del público en Internet y el mundo comunal en las redes sociales garantiza (i) la mínima incidencia de las jeremiadas escritas para los followers y los amigos del insti (en caso de alcanzar alguna visibilidad, sería para peor: «Vuestra envidia crea mi fama», Rafa Mora dixit); (ii) que si quieres mirar para otro lado, porque eres un chico de la calle 0% mainstream, dado el caso, puedes hacerlo sin tantos aspavientos.



Así que oigan a Zebra Katz.

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