28 de septiembre de 2013

¿Quién está detrás de las portadas de Mondadori?

Hablamos con Gonzalo Torné con motivo de la publicación de Divorcio en el aire. Pueden disfrutar del texto escrito a propósito en PlayGround. El novelista barcelonés, en esta versión extendida de nuestro intercambio, revela las 7 diferencias entre su última novela y la penúltima. A parte de poner a caldo a mucha gente, desajustarse la corbata “porque estamos en una revista de tendencias”, también desgrana su sabiduría sobre la historia de la literatura.


Ernesto Castro: ¿Qué opinas sobre la acogida que están teniendo tus novelas entre los escritores noveles? Resulta curioso que los narradores noveles, hartos de tanta experimentación, acostumbrados a tener un trato cotidiano, nada misterioso o intrigante con las nuevas tecnologías, acudan en masa a leer a autores viejunos, como algunos califican incluso a Benet. Dando por sentados que todos fuimos jóvenes algún día, estoy dudando entre preguntarte si tú también tuviste una etapa nocillera, híbrida y tecnófila (¿lo contrario sería una rareza habiendo nacido en la década de los 70?) o si pedirte por el contrario alguna suerte de consejo para las generaciones venideras y presentes. Así que barra libre.

Gonzalo Torné: Por si alguien se acuerda de tu primera pregunta: la acogida de mis novelas entre los escritores noveles y los lectores jóvenes es un fenómeno sorprendente, y un punto absurdo si se tiene en cuenta que cuando escribí “Hilos” creo que no había leído a un solo escritor nacido después de 1970, y que mi propósito principal era gustarle a lectores mayores que yo. Tampoco soy profesor, no admito ni busco discípulos y no suelo corresponder a los elogios en público. En resumen: no tengo ni idea del porqué, aunque me alegra muchísimo.

El contraste que señalas entre los esfuerzos de algunos escritores de mi generación por estar a la última (tecnológica) y el aire de señores mayores que se dan los de la tuya, está bien visto, Ernesto, coincido con el análisis. Supongo que una de las explicaciones se deben a las exigencias de cada edad: con 22 o así uno deja atrás los estudios y siente que tiene mucho pasado acumulado al alcance de la mano, mientras que con treinta y cinco se suele reparar que ese proceso de consumir años y dejarlos atrás no va a detenerse, que va a convivir con ello hasta que se apague la luz. El hombre de 25 suele fingir una madurez de la que no siempre disfruta para certificar que ya es un adulto, mientras que el hombre de 35 siente la tentación de comportarse como un indio para que no le expulsen (también) de la segunda juventud.

Yo pensaba que “viejuno” era una palabra que aplicabais para medir algo más que la distancia cronológica de un suceso, me imaginaba que señalaba la falta de influencia sobre el presente. En el segundo supuesto (que es donde “viejuno” despliega su auténtico energía semántica) me parece muy bien que los escritores jóvenes frecuenten a Benet, al fin y al cabo es un novelista con una prosa subyugante y con un pensamiento propio sobre cientos de temas. Un escritor “novel” (la expresión es tuya) hará bien en estudiar con detenimiento sus obras (como también las de Cela).

En cuanto al consejo, bueno, creo que llevo desde los 22 años o así pensando más o menos a diario en escribir ficción, en cómo hacerlo, en qué contar… y el resultado son dos novelas que ahora, además, ya están escritas. Esta clase de consejos son divertidos de leer pero suelen gratificar más al anhelo del consejero de autorretratarse que al escritor en ciernes, cuya responsabilidad es descubrir por sí mismo las novelas que sólo él es capaz de escribir, si necesita acudir a un coaching (¿es imaginable un nombre más ridículo?) todo está perdido. Pero ya que me das cancha la aprovecho para animar a las vocaciones críticas que tanto escasean. Veo a pocos y los veo arrugados, en lugar de avisarte de que pretenden intervenir críticamente en la construcción de la literatura, los pocos con los que te encuentras confiesan que ellos no “escriben” (como si sólo se “escribiese” ficción). Es probable que un crítico como Nadal Suau ocupe en diez años un papel mucho más preponderante en la literatura española que la mayoría de escritores de ficción de mi generación.


EC: En calidad de licenciado en filosofía, intuyo que también mantienes sospechas sobre las grandes nociones en mayúscula. Por ejemplo, "El Realismo". Mucha gente te metería gustoso en ese cajón desastre. De hecho, Random House Mondadori te ha endiñado (perdón por la expresión) una portada que encarna la antonomasia del hiperrealismo: una vista aérea de BCN a lo Antonio López. Así pues, ¿te consideras realista?

GT: He renunciado a pronunciarme como filósofo, te dejo esa parcela a ti, un asunto que ya has abordado con contundencia.

Si me permites circunscribirme a la novela diría que nace “realista” en el sentido que El Quijote reacciona irónicamente contra el idealismo de las novelas pastoriles y de caballerías. Uno de los hallazgos de Cervantes es representar mediante unos episodios exagerados aspectos muy “realistas” de la sociedad y de las personas. En Cervantes los siervos no quieren ser rescatados de sus amos, los presos son unos villanos, y las damiselas unas bastas, su representación de la amistad y de las ilusiones no han sido superadas. Cervantes no pretende sumergir al lector en una impresión de paso real del tiempo, sencillamente porque no se ha descubierto como hacerlo (como no lo habían descubierto Fielding o Sterne). La psicología realista y la exposición cronológica y fría en tercera persona no son una manera “natural” de narrar sino un hallazgo sofisticadísimo que domina un siglo de narración porque es un instrumento fascinante para acompañar el realismo de fondo (en su análisis del carácter y de las relaciones, de la historia, de la intimidad, de lo cotidiano…). En algún momento los novelistas reventaron está forma de narrar desde su interior y pusieron en primer plano los elementos constructivos y a sospechar del lenguaje, y bla, bla, bla… Desde 1950, más o menos, tampoco nadie sabe explicar bien porque, muchos novelistas empezaron a escribir sobre el mundo con plena conciencia de los logros de las vanguardias, pero sin calcos, buscando para cada novela un centro propio y la forma más adecuada para sus propósitos. Los escritores más innovadores y originales escriben a mi juicio en la dirección del “realismo experimental” (ahora no sé si la expresión es de Wood o Pamuk). Yo me inscribo (como horizonte, no como logro) en esa amplísima tendencia. Es mucho más innovador lo que hizo con el lenguaje, Bellow, que los juegos de palabras; y mucho más original el descubrimiento literario de la descolonización y del tercer mundo de Naipaul que simular que un libro es una máquina del millón. 

Si mis novelas cortocircuitan la oposición entre “realismo” y “vanguardia” no es mérito mío, sino que la oposición es de la época de mi abuelo (un poco antes, de hecho). La sobrepasa cualquier escritor de su tiempo. También la revientan todas las novelas de Marías y de Pombo, las de Gopegui y Magrinyà, y las de Rosa y Calvo, escritores que atienden a la realidad, pero con un estilo y una estructuración del contenido propio e inesperado que trascienden el calco de la “realidad”, que, por otra parte, es imposible.

Yo no conozco a ningún “realista” con peso literario, igual lo son Pérez-Reverte, Grandes o Chufo Llorens, pero se trata de escritores contra los que puedes levantar una guerra comercial pero no una polémica literaria. En cuanto al “vanguardismo” bastaría con acariciar la sublime tontería de frases como “escribo fragmentario porque el mundo es fragmentario” o “escribo sin centro porque el mundo no tiene centro” para dejar aquí la discusión. ¿Si se está en contra del “realismo” a cuento de qué justificar la manera propia de escribir apelando a la estructura de la “realidad”? Como puede apreciarse se trata de una “vanguardia ingenua” cuyo efecto más nocivo es considerar superior per se una manera de narrar o una técnica. Y esto, con perdón, y aprovechando que estamos en una revista de tendencias, es una idiotez. La técnica de James de sostener el relato bajo un único punto de vista cuya agudeza fluctúa según sus intereses como autor es de una finura asombrosa, muy superior al perspectivismo donde en los capítulos pares habla Juan y en los pares Rosita. No es la técnica sino el uso de esa técnica y los logros que se consiguen con ella lo que debe enjuiciarse. De lo contrario surge una actitud gregaria que considera que el principal trabajo de un escritor es adscribirse a una escuela, que la intención y el propósito determinan de antemano al valor de un libro. Qué cada uno escriba cómo le de la gana, y tratemos de pensar la obra de cada escritor por ella misma, sin certificados previos de calidad ni denominaciones de origen.

He escrito sobre el asunto en más de una ocasión no porque lo considere un debate relevante sino porque siempre se da una discusión de fondo para entretener la vida literaria sobre la que impactan los libros, y esa fue la que me tocó a mí en lugar de “campo/ciudad” o “cosmopolitanismo/folclore” o “metaliteratura/compromiso”. En general, cuando un crítico habla de “realismo” en oposición a “vanguardia” o bien no se entera de nada, o bien es un vago, y en ambos casos la crítica resulta inoperante.

Con lo que sí me intrigas, Ernesto, es con lo de la portada. Abre espléndidas posibilidades interpretativas: ¿es Pron una especie de fauvista (http://www.megustaleer.com/ficha/GM26548/la-vida-interior-de-las-plantas-de-interior); le tira el neorrealismo a Herbert (http://www.megustaleer.com/ficha/GM25602/cancion-de-tumba); y qué pensar de Naipaul (http://www.megustaleer.com/ficha/GM23691/la-mascara-de-f
rica)?

EC: Y una pregunta estándar, ¿qué siete diferencias destacarías entre Hilos de sangre y Divorcio en el aire? Entiendo que Las parejas de los demás hace de punto de encuentro. En tus textos de ficción encontramos muchas voces y cantidad de reflexiones sobre las relaciones de pareja, ¿cuál valoras como más propia tuya? Hace poco estaba viendo Irreversible, una película de Gaspar Noe sobre una violación que termina con la frase “El tiempo lo destruye todo”, y pensaba cuanta razón contienen cinco palabras juntas. El tiempo también regresa en tus escritos, sobre todo gracias a la experimentación formal con los periodos de la narración, ¿qué conexión trazarías entre estas dos temáticas? Pongámonos aristotélicos: ¿es la pareja monógama heteropatriarcal una institución sociopolítica resistente a la inevitable corrupción del tiempo o todo lo contrario?

GT: 1) Hilos de sangre no es una comedia; 2) Divorcio en el aire está escrita en una sola secuencia; 3) Hilos explora la gestión histórica del pasado, Divorcio la personal; 4) Divorcio en el aire es una novela sobre una masculinidad desbordada; 5) Divorcio en el aire es una novela sobre el cuerpo y las metamorfosis del cuerpo; 6) Hilos de sangre tiene 464 páginas, en Divorcio casi clavo las 300.

Mis novelas están hechas con muchas afirmaciones, con discursos sacados de contexto, exageraciones, buenas ideas pensadas a medias… intento escenificar situaciones que no sean sencillas de valorar, que suspendan el juicio… así que selecciono una frase que más que ofrecer mi opinión apuntalan mi manera de escribir: “lo único que se aprende viviendo en pareja es que los matrimonios (ajenos) son incomprensibles”. En cuanto a tu pregunta aristotélica no tengo ni idea, examino vidas particulares, no soy un predicador. O si prefieres una explicación más matizada: una novela está hecha de cientos de ideas y de opiniones que se contradicen y se matizan. Una novela no debería tener prisa por resolverse, debería resistir el mayor tiempo con el sentido y el dibujo de su estructura en el aire. La moral de la novela es desfondar la prisa del periodista y del moralista que llevamos dentro, conseguir que el juicio se resuelva en la mente del lector. Creo que lo propio de un autor es confrontar al lector con su libro, y no ofrecerse como atajo. Una pretensión, por otro lado, difícil de conciliar con la promoción.

25 de septiembre de 2013

Venecia Desayuna Con Diamantes

¿Han leído los jueces de la Bienal 
demasiada teoría poscolonial?
Que sepamos, Angola no tiene grandes artistas contemporáneos. La antigua colonia portuguesa está excluida del circuito artístico internacional. Desgraciadamente, ello no supone ninguna rareza dentro del continente africano. Los africanos están en el centro de las vaguardias históricas, dicen los libros de texto, no como creadores originales de carácter individual, sino en bloque. África puede aportar mucho, según los museos occidentales, ante una mirada europea con ganas de variedad y atavismo. Pero más allá de Picasso la cosa pierde interés. Los compositores franceses de los años 20 (Debussy, Ravel, los Seis) erraron muy fuerte cuando vieron el jazz con una mirada colonial, juzgando la negritud como una tendencia que ellos podrían despachar con Golliwogg's Cakewalk y algunos gestos coloniales análogos. Según la versión oficial, la moda del jazz dura tres años (1917-1920). Según cuenta el mito, esos trompetistas y saxofonistas venidos hasta Paris anticipaban el mayor robo del siglo. Que los músicos negros de Estados Unidos se hicieran con los oídos de medio mundo es algo normal. En casi todos los campos culturales el interés por cierto grupo social suele anticipar la consolidación de una voz propia, la emergencia y el respeto hacia algunos miembros señalados de la tribu. Así, la novela hecha para mujeres (digamos: Pamela) anticipa la novela hecha por ellas (digamos: Cumbres Borrascosas). Sin embargo, algo similar no ha sucedido en las artes plásticas. Apenas ha dejado creadores africanos la negrofilia de comienzos de siglo. También en cuestiones estéticas, hasta nuevo aviso de coohunters, África sigue siendo una fuente agotada de materias primas.


Este prejuicio viene además confirmado por la 55ª edición de la Bienal de Venecia. Lejos de despejar nuestras dudas sobre la actualidad del arte plástico africano, la concesión del León de Oro al pabellón nacional angoleño transmite por contagio nuestras sospechas hacia las oscuras intenciones poscoloniales del premio. Poco dados a la gesticulación altermundista, los integrantes del jurado veneciano, herederos de una tradición expositiva donde solo unos pocos países elegidos exponen en los Giardini, suelen ignorar las propuestas periféricas. La mayor parte de los pabellones premiados en la historia de la Bienal enarbolan banderas conocidas en el Atlántico Norte. Así pues, este cambio radical de postulados, ¿a qué razones responde? Cualquiera que conozca el ritual de las políticas culturales, la jerga de los premios y su aureola de blablablas, no puede tomar en serio la oscura declaración de intenciones del jurado ante la prensa. Según ellos, habían prestado «especial atención a los países que lograran dar una idea original en la práctica extendida dentro de su región». Esto suena a barra libre para juicios estéticos ad crumenam. También señalaron haber sancionado aquellas muestras donde «la naturaleza cooperativa» fuera «una experiencia palpable».

23 de septiembre de 2013

Cesar Rendueles: «La verdadera enfermedad es la rebaja de nuestras expectativas políticas.»

ERNESTO CASTRO. Sociofobia, como el malo de Batman, tiene dos caras. Una primera ceñuda y adusta que arremete contra el ciberutopismo, y una segunda que propone con rostro amable un modelo distinto de socialismo. A lo largo del libro justificas esta asociación/enemistad diciendo que las utopías digitales son, valga la redundancia, la consumación del consumismo. ¿No exageras un poco sobre este punto? Quiero decir, muy pocas cosas escapan hoy a la dinámica igualitaria del deseo, cuya tendencia consiste en equiparar en términos comerciales la necesidad y el gusto bajo el rótulo de las preferencias personales. Ilustra muy bien este punto el ejemplo de la asamblea vecinal del 15-M que debate entre celebrar las reuniones el sábado por la tarde (inviable para los papas y las mamas) o hacerlo de buena mañana (inviable para los del friday night fever). «Lo que me llamó la atención fue que los jóvenes sin hijos parecían pensar que cuidar de un niño es una opción más entre otras», señalas.

Y tienes razón. Las redes sociales secundan esta tendencia, aunque algunas permiten discriminar círculos concéntricos de interés, muchas sitúan a tus allegados a un click de distancia de Johnnie Walker. Debería ser una fuente de dilemas morales el trabajar gratis para las agencias de publicidad (y para la CIA) subiendo información confidencial a Facebook. Pero no es así. Y no es así porque bajo el usufructo privado del pageranking pervive cierta apariencia de donación gratuita. A diferencia de lo sucedido en la guardería israelí que mencionas en Sociofobia, donde la penalización crematística de quienes recogen tarde a sus hijos termina convirtiendo la puntualidad en algo que Mastercard puede comprar, los $$$ no han hecho de la Web 2.0 un lugar menos grato, salvo por la incómoda publicidad de YouTube.

Así pues, teniendo en cuenta el variado catálogo de fenómenos consumistas que relativizan la importancia económica y psicológica del cuidado, verdadero basamento de tu propuesta, ¿por qué esta manía con Internet? Las redes sociales quizá no generen comunidad o revolución ex nihilo, pero permiten mantener el contacto a distancia, son un avance hacia la sociabilidad comparadas con la televisión, por mucho que la actividad online mayoritaria consista en ver el porno y las series de la caja tonta. ¿Es que el socialismo rendueleano carece de mejores enemigos políticos que este inofensivo potlach internauta?

CESAR RENDUELES. Bueno, no tengo nada en contra de internet ni de ninguna máquina en particular, salvo los todoterreno, algunas armas y el vocoder.  En realidad, diría que soy bastante receptivo a la capacidad de la tecnología para potenciar cambios sociales valiosos. Es una vieja idea marxista. A Marx le escandalizaba que el capitalismo desaprovechara las posibilidades tecnológicas que él mismo desarrolla. O sea, inventamos chismes que permiten trabajar menos y crear riqueza de sobra y los convertimos en fuentes de extraños problemas, como el desempleo y la sobreacumulación. En el caso de los bienes digitales, que se pueden reproducir casi sin coste, la cosa es aún más escandalosa. Pero a Marx nunca se la pasó por la cabeza que la propia tecnología fuera en sí misma liberadora. En cambio, hoy mucha gente cree que la salida a los distintos dilemas a los que nos enfrentamos pasa por alguna clase de transformación tecnológica o cognitiva: producir software en vez de carbón, hackear en vez de sindicarse, ligar en badoo en vez de en un bar…

Aún así, ni siquiera creo que esas ilusiones tecnófilas sean en sí mismas particularmente graves. Sí, hay gente a la que le gusta la cacharrería digital más que a un tonto un transistor, ¿y qué? El ciberfectichismo es un síntoma irritante pero relativamente benigno de un problema mucho más importante, que es la rebaja de nuestras expectativas políticas. Me refiero a que no damos un duro por nuestro sistema político o nuestro modelo económico, pero somos incapaces de asumir el tipo de compromiso necesario para transformarlos. Nos da pánico la deliberación política, la necesidad de llegar a acuerdos –o de gestionar nuestros conflictos– con los demás. Así que buscamos desesperadamente automatismos que nos libren de afrontar ese infierno interpersonal. El ciberfetichismo cumple esa función. No es el único mecanismo social que lo hace, claro, pero sí seguramente el más consensual en este momento.

En definitiva, creo que la crítica de la ideología tecnológica puede ayudar a entender algunos de los límites ideológicos a los que se enfrenta hoy la democracia radical. Un corolario de esa crítica, como apuntas, es que las tecnologías de la comunicación no son tan importantes. Sin ningún genero de dudas no lo son económicamente y seguramente tampoco lo son socialmente. Por ejemplo, a pesar de las monsergas buenrollistas sobre la brecha digital, la verdad es que los pobres pasan más tiempo delante de la pantalla del ordenador que los ricos. Las relaciones cara a cara son cada vez más un bien valioso y escaso acaparado por las élites, como sabe cualquiera que haya enviado un curriculum a una dirección de email corporativa. Lo que hacen los medios digitales es producir una sensación de conectividad generalizada que es fácil de confundir con una especie de igualdad de oportunidades. Pero tus followers no te van a librar del paro, tu compi del Colegio del Pilar sí.

EC. A la hora de desestimar las falsas esperanzas del ciberutopismo recurres a varias estrategias argumentativas calcadas del pensamiento conservador. Viene siendo habitual entre los conservadores el tomarse muy en serio las declaraciones de boquilla de los tecnófilos para luego desechar sus desmedidas pretensiones a golpe de ironía y sentido común, las dos grandes bazas de Sociofobia. Las buenas nuevas sobre Internet, conforme a estas premisas, o no son nuevas o no son buenas. Wikipedia sería «parasitaria de instituciones académicas tradicionales con una organización convencional», argumentas utilizando un apelativo recurrente en tu escritura: casi todo lo bueno de la Web 2.0 sería, según sueles decir, un parásito de alguna realidad analógica anterior.

Claro que esta metáfora biológica resulta contagiosa. ¿Acaso los redactores de la Encyclopédie no parasitaron de las instituciones eclesiásticas donde aprendieron a leer y escribir? Me dirás que Jimmy Wales necesita de la caridad altruista de sus lectores para sobrevivir, mientras que Diderot pudo hasta salir de la cárcel gracias al mecanismo de suscripciones que construyó entorno suyo. Aquí entra en juego el clásico problema liberal --para nada baladí-- de cómo hacer $$$ online, o en su variante de izquierdas, de cómo construir instituciones cibernéticas sostenibles. ¿Acaso resulta imposible tal cosa? Tiendo a pensar que Internet no depende solo del altruismo, su futuro parece asegurado por las fuerzas del status ególatra, pero quizá tengas razón y no podamos convivir sin normas, esto es, sin directrices cuya observancia trascienda cualquier motivación. Ahora bien, para gestionar los bienes comunes, ¿por qué no bastan los compromisos negativos? Dices que las relaciones comunitarias son necesarias, que las restricciones sobre la iniciativa individual son insuficientes, que no hay commons sin igualdad y/o dependencia. Como diría Mourinho: ¿por qué?

Ya puestos a levantar instituciones duraderas, ¿por qué prefieres una comunidad cuya perpetuación descansa sobre motivos humanos, demasiado humanos comparados con los intereses y las preferencias que el mecanismo punitivo de las sociedades modernas amenaza a diario? Buena puede ser la disuasión punitiva autoritaria, a falta de entendimiento comunitario, en vistas a solucionar los dilemas del prisionero colectivos que nuestra generación tiene que afrontar, ¿no crees? No veo cómo las relaciones personales profundas podrán solucionar mejor los problemas de depredación ecológica, por ejemplo, allí donde podemos utilizar los aparatos coercitivos estatales (impuesto ecológico) y los mecanismos de mercado (trasladar los costes ambientales a los precios).


CR. A pesar de las apariencias, no soy nada nostálgico de las relaciones densas y duraderas típicas de las sociedades tradicionales. Las familias extendidas a menudo han fomentado relaciones de dependencia personal basadas en el sometimiento. Cierto tipo de invididualismo –la idea de entender la propia vida como un proyecto que cada uno tiene la responsabilidad de cultivar– me parece una herencia ética moderna importante. Personalmente me siento cómodo en las sociedades complejas y no me disgusta el anonimato de las grandes ciudades.

Pero es cierto que la fragilización de las relaciones sociales supone un límite importante para casi cualquier proyecto de cambio político que queramos emprender, sean grandes procesos constituyentes o el día a día de nuestra vida en común. Ningún sistema de apoyo mutuo puede subsistir si depende de la motivación individual. Si los bebés tuvieran que esperar a que a sus padres les apeteciera cambiar sus pañales o darles la papilla, no sobrevivirían ni una semana. Lo que conseguían los sistemas de normas tradicionales es limitar las ocasiones en las que nos hacemos la pregunta, ¿quiero cooperar o seré un gorrón?

La gestión política de las sociedades complejas apenas cuenta con esa malla interpersonal que nos vincula mutuamente. Para suplirla, desde hace un par de siglos hemos recurrido básicamente a dos dispositivos. El primero es alguna clase de coordinación espontánea, como la que se da en el mercado. La segunda es la autoridad burocrática. Ambas son muy poco simpáticas, pero estoy de acuerdo en que si se entienden como herramientas limitadas no tienen por qué ser negativas. Sin embargo, para que sean eficaces y amigables necesitan estar vertebradas por vínculos personales que las vertebren y eviten que se descontrolen. Es verdad que el panadero no me vende el pan por su buen corazón, pero si un día llego a su tienda y veo que se ha caído al suelo y se ha roto una pierna y me limito a decir “vaya, así que hoy no me va a poder atender” y me largo a la panadería de enfrente, seguramente nuestras relaciones comerciales –no sólo las personales– se verán resentidas. Y lo mismo ocurre con la burocracia: si no está atravesada por compromisos personales resulta no sólo despótica, también ineficaz.

Así que la cuestión es que, siguiendo con el ejemplo que planteas, instituir los mecanismos burocráticos o mercantiles necesarios para limitar eficazmente la depredación ecológica puede ser muy difícil sin una red de normas tupida. Y lo mismo pasa con otros elementos de los estados contemporáneos, como la separación de poderes o la libertad de prensa. Creo, por ejemplo, que la base de una representación política legítima es que los representantes se comprometan a ser evaluados efectiva, y no sólo retóricamente, por sus electores. La esencia de la representación es la obligación de justificarse ante los representados. Es muy difícil que ese proceso de evaluación desde abajo se pueda reducir a un conjunto de procedimientos abstractos –nuestras democracias formales son el mejor ejemplo de ello–, más bien precisa de un fuerte compromiso por parte de las personas implicadas.

El problema de todo esto es que parece imposible conjugar la ética individualista moderna con un tejido normativo denso. No podemos medir dos tacitas de comunidad y una pizca de individualismo y hacer una combinación que nos agrade. Una vez que empezamos a pensar como individuos todo se transforma. Es como si estuviéramos condenados a elegir entre comunidades potencialmente opresoras y un individualismo autodestructivo. Creo que los revolucionarios del pasado siglo intuyeron este problema pero no se atrevieron a plantearlo explícitamente. Eran muy conscientes de los lastres de la tradición, pero sus propias organizaciones surgieron de una dinámica de apoyo mutuo y compromiso no condicional.

Lo que pretendía denunciar en Sociofobia es que las tecnologías de la comunicación no han solucionado este dilema, aunque a menudo se nos diga que sí. Al contrario, lo han exacerbado. No hay un vínculo social al mismo tiempo poderoso y electivo propio de las redes contemporáneas. Tal vez el término “parásito” no sea el más apropiado para expresar esa idea, porque tiene connotaciones muy negativas. Que un proyecto tan extraordinario como Wikipedia se parezca en parte a una enciclopedia convencional es algo bueno. Significa que ha conseguido incorporar a muchísima gente a una tarea, la edición,  que me importa y a la que he dedicado una cantidad obscena de horas. Y eso me resulta mucho más interesante que las elucubraciones mantecosas sobre la mente colmena y el neuromagma digital.

EC. Valorar la dependencia como un hecho social y respetar el carácter contingente de nuestra racionalidad práctica quizá sean las dos grandes apuestas normativas de Sociofobia. Sobre lo segundo dices: «Tendemos a pensar en la dependencia de un modo similar a como los liberales imaginan la igualdad. No creen que sea algo malo, pero no la consideran ni una fuente de obligaciones ni una situación estable. En todo caso, es un punto de partida de la libertad personal.» En verdad, resulta bastante extraño considerar la dependencia en términos distintos. Entiendo que la igualdad tenga valor propio, pues los principios de justicia distributiva suelen favorecer, ceteris paribus, el reparto equitativo de las cargas y los bienes. Las situaciones de dependencia, por el contrario, cuando no un simple atentado contra la autonomía, me parecen un efecto lateral (¿indeseable?) del intercambio. Que alguien tenga que pedir permiso para vivir, ya sabes a qué pasaje marxiano me refiero, no me parece una condición existencial harto feliz.

Responderás que la dependencia recíproca «no es eso, no es eso», como dijera Ortega y Gasset, dadas ciertas condiciones comunitarias ideales. Sea como fuere, todo esto sigue teniendo resonancias a coartada kissengeriana: «Estados Unidos depende de los plátanos de Costa Rica; Costa Rica de los ordenadores de Estados Unidos.» La búsqueda de la autarquía, tanto la individual como la colectiva, puede suponer el suicidio; ahí estamos de acuerdo. Pero de ahí a subordinar la fraternidad bajo la dependencia, como a veces sugiere Sociofobia, hay un buen trecho. Quien ha estado enamorado lo sabe: incluso bajo una relativa igualdad y cuidado mutuo, construir un nosotros bajo el signo de la comunidad dependiente se parece más a tener una esclavitud compartida que otra cosa. Llámame hobbesiano, pero me convence y me estimula mucho más la voluntaria asociación de sujetos independientes, por quimérica y de derechas que sea.

CR. Bueno, la dependencia mutua no es exactamente una opción. Es una realidad antropológica insoslayable. Todos los seres humanos son completamente dependientes durante muchos años de infancia, muchos lo vuelven a ser de forma temporal o permanente en algún momento. El resto de nuestra vida solemos cuidar y ser cuidados simultáneamente y en distinto grado: cocinamos, limpiamos, acompañamos, vigilamos, curamos, educamos, consolamos… y recibimos todas esas atenciones. Los estudios econométricos sobre este trabajo no remunerado son fascinantes. Muestran que los cuidados mutuos es un elemento esencial de cualquier sociedad moderna, más que cualquier industria, pese a que es prácticamente invisible en términos económicos, políticos y simbólicos. Por ejemplo, lo único que la tradición filosófica ha tenido que decir en veinticinco siglos sobre el cuidado de los niños son las profusas chorradas de un ególatra suizo que entregó a todos sus hijos a un orfanato. Así que, en primer lugar, cualquier proyecto ético se recorta sobre esa realidad material. Puedes ser todo lo hobbesiano que quieras, pero no te vas a librar de ella.

Para mí fue un descubrimiento importante entender que el cuidado podía ser una fuente de realización personal, y no sólo de sometimiento. Es algo que mi generación, la primera educada completamente en el hiperconsumismo, ha entendido tarde y mal. Nos ha pasado un poco lo que al Fausto de Goethe. Ya sabes, Fausto busca satisfacer su ambición con conocimiento, sexo, experiencias vitales, transformando el mundo… Pero nada, sigue igual de insatisfecho. Dan ganas de gritarle: “tío, cómprate un perro”. Porque, es curioso, lo único con lo que no prueba es a cuidar y ser cuidado, tal vez formando parte de una de las sociedades de apoyo mutuo de trabajadores que en la época de Goethe empezaban a prosperar.

El cuidado mutuo es una de las vías más importantes de las que disponemos para reparar nuestras vidas dañadas. No me refiero a esas majaderías cursis sobre lo gratificante que es atender a los demás. Muchísimas veces no lo es en absoluto; es agobiante e increíblemente cansado (la paternidad me ha enseñado que es posible vivir sin dormir). Básicamente, creo que hay formas de vivir plenamente las capacidades individuales propias de las distintas situaciones de dependencia mutua. A algo de eso se refería Marx con lo de “a cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus capacidades”. La ética del cuidado tiene un engranaje interesante con los proyectos de emancipación política. Nos puede ayudar a pensar en qué puede consistir la fraternidad, ese valor republicano eclipsado del que hablaba Toni Domenech en un libro buenísimo. Porque, si te paras a pensarlo, hoy la fraternidad resulta una idea bastante oscura, suena un poco a club de veteranos de guerra o de ultras de fútbol. Yo diría que era una forma de denominar una búsqueda de formas emancipadas de apoyo mutuo, de ensayar cómo cuidarnos los unos a los otros sin someternos. El comunitarismo es una pésima opción en ese sentido. Primero porque a menudo es opresor y segundo porque ya no está a nuestro alcance. Las pequeñas comunidades tradicionales prácticamente han desaparecido… tal vez por suerte. El cuidado no: es una realidad demasiado básica y, por eso mismo, muy plástica. El cuidado exige un fuerte compromiso pero es compatible con amplias dosis de libertad individual. Por eso es la base material de cualquier proyecto de construcción ética.


EC. Tengo que decir, sin voluntad alguna de mentir o pelotear, que Sociofobia está muy bien escrita. El libro tiene algunos pasajes marxistas emotivos (cuando recuerdas que El Capital se deshace en elogios a los inspectores de trabajo por hacer de las esperanzas socialistas una realidad cotidiana, una verdad concreta), seguidos de ejemplos personales hilarantes (como el manifestante antifranquista que siendo apaleado por los grises se exculpa a grito de «Pero que yo no quiero libertad»), acompañados finalmente por guiños varios a la cultura popular y chistes malos hasta decir basta. Una fórmula de redacción ensayística que juzgábamos monopolio inexpugnable de charlacanes como Slavoj Zizek, pero que tú depuras de toda la jerga y consigues además combinarla con datos empíricos y lecturas científicas, por decirlo de algún modo.

Una pregunta con trampa: si tuvieras que elegir entre los economistas neoclásicos, los psicólogos experimentales y los sociólogos prometéicos que tanto criticas o los opinadores de blandiblú que apenas citas pero que —intuimos— se aproximan a las intuiciones antropológicas y a la contingencia pragmática defendidas en Sociofobia, no me digas que te llevarías los volúmenes de los segundos a una isla desierta, que mi pequeño corazón ilustrado llorará mucho tiempo en silencio, y tú además perderás la oportunidad de realizar una robinsonada de padre muy señor mío.

Ahora en serio, ¿de verdad crees que rebajar el aparato formal de nuestras mejores teorías redundará en beneficio de una mayor capacidad explicativa? Porque yo no. El camino a recorrer, ¿no debería ser el contrario? En lugar de rebajar nuestros estándares de verificación científica, dotar de coherencia matemática a aquellas propuestas heterodoxas que consideremos más prometedoras, ¿no suena mucho mejor que consultar vaguedades divulgativas hasta que salgan canas en los huevos? Sin ánimo de ofender.

CR. Soy muy escéptico respecto a la capacidad teórica de las ciencias sociales. Mucha gente opina hoy que preguntar a un economista ortodoxo es ligeramente menos fiable que escrutar las vísceras de un ave. Hemos pagado muchos miles de millones de euros para descubrir esa sencilla verdad epistemológica, cuando seguramente para ese viaje no hacían falta alforjas. Por ejemplo, a lo largo del último siglo la presencia de economistas en los gobiernos no sólo no ha mejorado la gestión pública sino que casi siempre la ha empeorado. Los programas más exitosos de desarrollo económico no han sido impulsados por economistas profesionales sino por ingenieros, médicos o incluso, que Dios me perdone, abogados. Es un resultado que se puede extrapolar a todas las disciplinas cubiertas por las ciencias sociales. Con frecuencia los amateurs obtienen mejores resultados prácticos que los profesionales de la pedagogía, la psicología, la sociología, la economía, la antropología…

Eso no significa que no exista conocimiento en esos ámbitos, que todo de igual y que estudiar sociología o psicología sea una pérdida de tiempo. Lo que pasa es que es un conocimiento distinto del que desarrollan los científicos. Es un saber cotidiano, como el que utilizamos al cocinar, o al escribir correctamente, o al educar a un niño. Hay gente que escribe o cocina o cuida mejor que otra, y son áreas donde se producen importantes progresos cognoscitivos. Pero es imposible sistematizar esas habilidades en un conjunto de teoremas con los que podamos operar para obtener resultados novedosos y empíricamente significativos. Yo diría que esto es básicamente lo contrario de lo que suelen plantear los autores de libros de divulgación, al menos los más fofos, que regurgitan vaguedades a mansalva amparados en supuestas bases científicas.

Creo que los científicos sociales que mejor han entendido estas limitaciones han sido los historiadores. Es significativo que cuando se discute sobre ciencias sociales casi nunca se menciona la historia. Los historiadores resultan un poco anticuados, siempre enterrados en archivos y legajos, frente a los economistas y los psicólogos, que parecen los listos y modernos del gremio con sus simbolitos aritmomorfos. Yo lo veo exactamente al revés. Los historiadores nos han mostrado lo que da de sí la ciencia social, ni más ni menos. Para mí los mejores libros de ciencias sociales de la segunda mitad del siglo XX son los de E.P. Thompson, Hobsbawm, Braudel, Sainte-Croix o Brenner, no los de Olson o Lévi-Strauss.

La mayor parte de la teoría social más prestigiosa se reduce a especulación bituminosa o análisis formales con una remota conexión con la realidad empírica. No lo digo en tono peyorativo. Me he dedicado a la filosofía la mayor parte de mi vida adulta, así que tengo amplias tragaderas para la metafísica y la lógica. No creo que los descubrimientos de la psicología cognitiva reciente añadan grandes novedades a la filosofía moral clásica o, si me apuras, a las intuiciones recogidas en el refranero español. La intensionalidad de la preferencia, por ejemplo, viene a ser una formulación refinada de “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. Pero es cierto que las escenificaciones experimentales permiten entender estas cuestiones con mucha más precisión y por eso son útiles para reflexionar. Lo mismo pasa con la teoría de elección racional. Es un ejercicio de lógica  que describe básicamente como no son las cosas. A alguna gente retorcida, como yo, eso nos ayuda a pensar. Pero no se me ocurre confundir eso con la ciencia social, que más bien debería hablar de cómo son las cosas en realidad.  Así que, sí, a una isla desierta me llevaría textos de Thomas Schelling o de Arrow, pero mayormente porque no me gustan los sudokus y no sé jugar al ajedrez.


EC. La música cobra cierto protagonismo en Sociofobia. En un momento mencionas el hardcore y el northen soul, modelos de cooperación comunitaria alternativa, y luego señalas a renglón seguido que los sistemas de intecambio gratuito de documentos audiovisuales en Internet siguen siendo «parasitarios» —¡quia!— de las escenas musicales locales. ¿Y qué me dices del nomadismo de Boiler Room? Vale que los DJs pinchan en lugares físicos concretos, los humanos tenemos la desgracia de vivir en 3D, pero podría mencionar varios géneros musicales que nacen en un sitio y se escuchan sobre todo en otro, como el psytrance o el goa trance, de orígenes indios y recepción europea. Luego tienes cosas como el IDM, que no está hecho para el club, cuyo lugar de reunión fue Warp Records. O el brostep, esas melodías armónicas de chatarrero con franquicia en UKF, la página de YouTube. Y en general la creación de gustos musicales en torno a sellos o webs como Resident Advisor confiere un tufillo viejuno, si me permites el calificativo, a tu juicio sobre los parásitos culturales digitales.

Mucho más polémicas y perspicuas me parecen tus observaciones contra la hegemonía auditiva del hipsterismo occidental. Copio tus palabras: «Las páginas de tendencia de los grandes medios publicitan hasta la náusea las tendencias de los grandes medios, aunque su recepción en nuestra país sea muy minoritaria. [...] Estilos musicales apreciados por los inmigrantes como el raeggaetón, el kuduro o la cumbia, son considerados por los críticos como un pozo de degradación estética y sexismo. Es comprensible que a los aficionados a la música abstracta, digamos Stockhausen, les parezca que la música popular contemporánea es chusca y poco elaborada. No es el caso de la mayor parte de los críticos musicales, siempre receptivos a obras de aspiraciones irónicas poco innovadoras y mal tocadas si vienen avaladas por el New Musical Express

¿Algo que añadir a estas saetas envenenadas? ¿Es el elitismo rampante algo propio de las artes plásticas, escénicas y musicales o también sucede con los productos culturales audiovisuales, donde parece que por el momento están igualadas las fuerzas de la distinción (digamos Carlos Losilla) y las huestes plebeyas (digamos Carlos Boyero)? 

CR. Uso la música como ejemplo porque me parece que es una fuente de experiencias estéticas que a mucha gente le resulta cercana. Pero mi conocimiento de la música popular contemporánea es más bien marginal y estoy perfectamente dispuesto a rectificar las inexactitudes que haya cometido. No obstante, yo no me refería tanto a la creación de gustos, que son relativamente fluidos, como a la aparición de escenas que vertebran la vida de mucha gente. Me sigue asombrando el modo en que la música popular consigue implicarnos en proyectos que son un fin en sí mismos de una manera que ya casi nada lo hace. Me resulta difícil creer que una página de youtube pueda sustituir al tipo de relación continuada entre grupos, distribuidoras, fanzines y público que para miles de jóvenes ha sido prácticamente una forma de vida. En ese sentido, entiendo algunos aspectos de la música popular como una intervención estética similar a la práctica del deporte, que me interesa mucho más que la mayor parte de los artefactos culturales. Hay algo liberador en la experiencia de esa gente que en pleno invierno se levanta a las seis de la mañana para correr quince kilómetros antes de ir a trabajar a un supermercado, de esos oficinistas que cada viernes se abalanzan a sus coches para buscar montañas que escalar durante el fin de semana. Todo ello absolutamente para nada, como casi todas las cosas realmente importantes.


El asunto del elitismo es bastante resbaladizo. El mundo de la cultura está completamente enfermo de clasismo. Pero también es importante distinguir entre el elitismo y la legitimidad de la crítica, que me parece irrenunciable. Me refiero a que la actividad estética, toda, implica de suyo procesos de evaluación. Ya sea para distinguir entre Julio Iglesias y El Puma –y tal vez preferir a uno sobre otro– o entre Bartok y Messiaen. Lo que la crítica cultural puede aportar, en mi opinión, son tentativas de argumentación. Durante algún tiempo me dedique a hacer reseñas de libros. Me impuse la condición de que cada reseña debía incluir al menos un razonamiento que se pudiera discutir. Quería evitar a toda costa que se convirtieran en una mera demostración de gustos personales. Cuando leí La distinción de Bourdieu me quedé perplejo al comprobar que a todos los idiotas con estudios universitarios nos gustaba exactamente lo mismo: la fotografía en blanco y negro, los paisajes industriales, las disonancias musicales, etc. Por eso me fascinan esos editores que te dicen “yo sólo publico lo que siento”. Y les parece que así están haciendo mejor su trabajo. Yo desconfío bastante de lo que siento. Imagino que será, en buena medida, el eco de mi posición social.

[Publicado originalmente en Sin Permiso. 16 de septiembre de 2013.]

20 de septiembre de 2013

¿Es Fasenuova un grupo pop?

Preview de Salsa de cuervo.
Con cariño, desde Mieres.
Crédito: Helena Exquis.

La confianza apesta. Me aprovecho de ella, la confianza que tengo con los miembros de Fasenuova, para buscarles las cosquillas durante una entrevista por mail. Fasenuova, los lectores de este blog no necesitanpresentación, son Roberto Lobo y Ernesto Avelino (la amistad feisbuquera con este último me facilitó el contacto). Con una trayectoria bastante dilatada haciendo música de espaldas a los circuitos masivos, se presentaron en sociedad con A la quinta hoguera (Discos Humeantes, 2011) y desde entonces constituyen un referente inexcusable. Sus discos son sinónimo de ruidismo asturiano y resonancias exotéricas, por decirlo de algún modo. Hacia mediados de agosto me revelaron su secreto mejor guardado, el título de su nuevo LP, habiendo previsto su salida para finales de 2013 en Discos Humeantes, ya puede decirse bien alto: Salsa de cuervo lo han bautizado. Y el sonido hace honores, háganme caso. Esta entrevista está hecha para quienes, no pudiendo escuchar todavía su contenido, prefieren imaginárselo a través de mis preguntas y sus respuestas, convirtiendo la palabra escrita en un sucedáneo de las ondas sonoras, la metadona de los adictos a la música, antes que esperar —eso nunca— comiéndose las uñas con impaciencia. Hablamos de cosas así:


Ernesto Castro: El primer anticipo que tuvimos de Salsa de Cuervo fue el videoclip de “Disimulando”, dirigido por Wences Lamas y protagonizado por Sara Martín, quien aparece agitada y/o extasiada en plano corto, una experiencia audiovisual que algunos califican como "mejor que el porno" (fin de la cita). Ya se percibe aquí un cambio de estética respecto a videos vuestros anteriores. El single A la quinta hoguera venía ilustrado por un montaje que habrá quien tache de soseras, estando como está a caballo entre la Filmoteca Nacional y el National Geographic. ¿Habéis abandonado para siempre los volcanes en erupción y las películas escandinavas en b/n o pensáis volver por esos lares?

Ernesto Avelino: “Disimulando” es una canción especial, como quedó claro para todos el mismo día que la hicimos. No nos parecía que iba a ir en el LP y dudamos bastante si la íbamos a publicar o no. Luego decidimos sacar el single para salir con algo este año y avisar del larga duración que venia, Salsa de cuervo. Todo lo que hay alrededor de disimulando, incluido el vídeo, es especial y distinto a lo que hemos hecho anteriormente. 

Roberto Lobo: Hice los vídeos de A la quinta hoguera cogiendo imágenes de películas muy viejas que me gustaban y que me parecía que darían pocos problemas con los derechos de autor. Por lo que a mí respecta estos son los vídeos que más me gustan del grupo hasta la fecha. Vamos a hacer más, tenemos ganas y muchas ideas. No damos nada por abandonado, mucho menos los volcanes en erupción. 


EC: El sonido de Salsa de Cuervo resulta más bailable que discos previos. He podido comprobar por YouTube la pasión que suscitan vuestros conciertos entre la muchachada. Mis hermanos pequeños, normalmente suspicaces ante vuestro ruidismo innato, se han deshecho en elogios hacia el nuevo disco. Ahí va una pregunta difícil: ¿existe una relación inversamente proporcional entre la edad del músico y la del público? En el caso de los Jonas Brothers, referentes vuestros inapelables [Risas], intuyo que no. En vuestro caso, supongo que siempre tuvisteis seguidores entre los jóvenes de tímpano desarrollado, no así entre el grueso del hipsterismo adolescente, a cuyo corazón está llamando Salsa de Cuervo. ¿Es esto cierto? ¿Llegaremos hasta el extremo de la pederastia melódica? ¿Es Fasenuova un grupo pop?

RL: Es la primera vez que trabajamos con cajas de ritmos sincronizadas. Esto ha contribuido a la riqueza rítmica de toda la grabación. El trabajo de G. Kahn en la producción también ha sido mayor, logrando más planos sonoros, consiguiendo dinámicas, haciendo programaciones, ganando contundencia a lo que previamente habíamos grabado todos juntos. Es un trabajo totalmente distinto a los precedentes. Si está más pegado al baile es porque nosotros también lo hemos estado de una forma o de otra. Es perfectamente rastreable en todos los discos. En nuestros conciertos siempre hay gente bailando. Si somos un grupo pop se dirá por algunas canciones y si no lo somos pues lo será por otras, que no lo son tanto. Hacemos canciones de muchos tipos. Las que nos salen en cada momento. Buscando siempre ser libres y no estar atados a ningún estilo concreto. 

EA: Yo iba a conciertos de Serrat y de Paco Ibáñez con mis padres cuando era niño. Allí me juntaba con otros niños y niñas, aunque reconozco que muy pocos se sabían todas las canciones como yo. Luego, de adolescente, mi hermana me llevó a ver a toda la movida madrileña. En nuestros conciertos nos hemos encontrado gentes de toda condición y edad. A menudo hemos encontrado a nuestros propios dobles, más jóvenes, viniendo a vernos al terminar la actuación. Nos preguntan por las cajas de ritmos que usamos y por los pedales, y nos aseguran que están haciendo un grupo parecido al nuestro. Este hecho ha ocurrido muchas veces. Pensamos que somos una banda que hace la música que quería hacer en plena adolescencia. Algunas canciones reflejan nuestro estado mental cuando empezamos a tocar, tratando de captar toda la fuerza y la atracción estética desbocada y fanática de una mente joven. La canción “Soldados del futuro” somos nosotros al principio de nuestra andadura, sin apenas saber nada, ni tocar, ni componer, ni cantar, tan solo impulsados por los espíritus de la rebeldía y de la insolencia con el trasfondo melódico de una enorme ciudad del futuro en la que habitan muchas de nuestras ideas. Hemos hecho Salsa de cuervo pensando en el mismo público en el que pensamos todos los discos anteriores. Un público abstracto y heterogéneo del mundo del presente y del mundo del futuro. 


EC: Las letras y los títulos de Salsa de cuervo son, como siempre, inquietantes hasta decir basta. Viene siendo habitual que los críticos (empezando por un servidor) desbarren sobre las referencias subyacentes. ¿Estáis conformes con la lectura pagana que suele realizarse sobre vuestras canciones? Quizá sea cosa mía ¿pero no están más próximos a Baudelaire que a Stonehenge algunos pasajes vuestros de temática claramente amorosa? Estoy pensando, por ejemplo, en “Quieres no”, “Deslices” y hasta “Agua Helada”. En suma, ¿queréis avanzar alguna pista sobre el subtexto del disco antes del previsible festival de interpretosis académica que seguro desatará?

EA & RB: Pienso que hemos abordado las letras de esta grabación de la misma manera que todas las anteriores. Siempre tratamos de cantar a ese mundo imaginario que vamos creando a cada paso, o descubriéndolo a medida que componemos. Como todo lo que producen las mentes humanas estas canciones están plagadas de referencias anteriores, de libros, de cuadros, de imágenes, de películas y poemas. Todo ello está mezclado de una forma confusa y de la misma manera que pensamos en la poesía medieval o en las poderosas imágenes de la literatura contemporánea - esa ciudad descrita por De Lillo en Cosmópolis es también nuestra - y no hay manera fácil de saber de dónde vienen muchas cosas. Todo es una especie de conjunto enorme, de bodegón lleno de humanidades. Me acuerdo cuando salió la edición de la revista Poesía, del malogrado ministerio de cultura, dedicada a la vida de Rimbaud y cómo los dos la leímos con pasión, saboreándola y hablando de ella mucho. Lo recuerdo ahora que mencionas lecturas de poetas más viejos. Es por eso que ahora que preguntas por Baudeleire, que es el introductor de Poe en Francia, recordemos ahora a Cortázar y su magnífica biografía de Poe, que es un claro y nada oculto inspirador de una composición de este disco, que no es otra que Salsa de cuervo. Compartimos muchas conversaciones sobre lecturas comunes o que habíamos tenido cada uno. Cuando nos ponemos a hacer canciones todo esto debe de estar presente de muchas formas aunque la intención siempre es recuperar nuestras ideas, formadas por todo el imaginario que nos ha generado la cultura humana junto a nuestros deseos o sensaciones del momento preciso. Cuando hicimos “La selva”, el tema con el que abrimos este nuevo disco quisimos hacer una canción así, con ese título y no sabíamos cómo iba a ser pero nos pusimos a tocar desde esta idea, confusos y a la vez lanzados totalmente a la aventura de hacerlo; por el camino van apareciendo siempre palabras que tienen una sonoridad estimulante, llenas de significados además de adecuadas para que fluya la canción en esa misma idea, la idea concreta de partida. Otras veces las palabras aparecen, incluso palabras repetidas o frases de otras canciones. Cuando las creamos, algo que hacemos en sesiones de improvisación largas es un momento increíble, especial, que es una suerte vivir. ¿Es esto pagano? ¿Lo es la llamada al baile y al hedonismo? No lo sé, me resisto a pensar así. No somos religiosos. La vida está llena de emociones y para dos músicos que se juntan a explorar los vastos territorios del sonido y de su cultura, de esos mundos que pretenden crear esta amalgama de palabras es un magma lleno de fuerza y de sensaciones intelectuales que trascienden en muchos casos al mundo físico, a nuestros cuerpos bailando y sudando, a los gritos, al los significados, envueltos en capas de sonido fulgurante que inunda toda la estancia. El subtexto es muy general y anterior y está plagado, hay muchas pistas siempre, las dejamos queriendo y sin querer. Igual A la quinta hoguera giraba entorno a unas ideas determinadas, aunque esas mismas siguen presentes mezcladas con otras que son de ahora y también de antes.



EC: Un viejo amigo de Fasenuova: el cobalto. Esta vieja amistad, ¿tiene alguna explicación? Con el perdón de las aves, los metales son los grandes protas de vuestro imaginario. Estas obsesiones telúricas, ¿tienen la denominación de origen del Principado? Lo siento mucho, pero toca hacer la pregunta habitual, no tenéis porqué responder, ¿cuánto ha influido la cuenca minera sobre vuestro planteamiento artístico? O peor aún, en términos que rozan Cómo estás corazón, ¿cómo está el mundo desde Mieres? (Un beso para los mierenses que nos estén leyendo, por cierto.)

EA & RL: Imaginarás que no hemos comprobado estadísticamente las apariciones de ideas o palabras en nuestras canciones. De hecho es una sorpresa para mí saber lo que mencionas de los pájaros, que será verdad pero que no nos hemos parado ni un instante a pensarlo. Palabras como Berilio, Cadmio, Cobalto, Uranio, los metales, los elementos transuránidos tienen una sonoridad y un significado con mucho atractivo para nosotros. Es algo erótico y por lo tanto poético cantarlas, son perfectas para describir otras realidades, incluso aunque sean reales. En esa fantasía del lenguaje jugamos con todo el placer del mundo, buscando inocular en las canciones todo su magnetismo. Es poesía de la palabra. En referencia a Asturies tenemos que decir que es el origen de muchas cosas en nuestras vidas, de hecho Asturies es “el origen”. Pertenecemos a ese mundo asturiano industrial rodeado de ruralidad. Enormes fábricas, profundas minas llenas de máquinas y de ruido ensordecedor entre montañas plagadas de animales salvajes y de pequeñas, minúsculas explotaciones ganaderas y pequeñas zonas cultivadas. El sonido de Asturies y la sonoridad de la Llingua asturiana están presentes en todo nuestro bagaje. Toda la “zona boscosa” de nuestras canciones suponemos que estará presente en el fondo del decorado estético. El mundo desde Mieres es un lugar ya muy común. Siempre ha sido un lugar dotado de cierto cosmopolitismo acompañado de su incontestable ruralidad. En Mieres llevamos mucho tiempo pasándolo mal, de crisis en crisis sin solución alguna. La misma que vive Asturies, un lugar que no tiene nada que ver con la “Asturies del Principado”, que es una idea más artificial incluso que nuestras canciones. Los asturianos necesitamos mirarnos al espejo de una vez para reconocernos y aceptarnos, sin ninguna clase de complejo ni vergüenza ante lo propio, sin escuchar a los agoreros de siempre que vienen a cantar los peligros del separatismo y todas esas palabras de sinvergüenzas que usan cuando la personalidad propia de nuestro pequeño país entre montañas es indiscutible y clara. Asturies se debe de liberar para siempre de sus ataduras en este estado monárquico y debe saber buscar la convivencia con el mundo de una forma mejor, con una economía real para los asturianos, con el uso sin trabas de su propia cultura, que está en claro peligro. Mieres forma parte de todo eso, forma parte de Asturies. No nos sentimos ajenos a la realidad asturiana. 

Jorge Diezma:
Bodegón de cruz.

EC: Sería una ofensa completa y total el preguntaros a esta altura de la jugada por vuestros referentes musicales, como si fuerais unos zagales salidos de la nada y ésta la primera entrevista oficiosa que concedéis, cuando en verdad (i) habéis tenido que repetir ad nauseam vuestros gustos sonoros ante becarios que no se enteran de la misa la mitad y (ii) me consta que vuestro bagaje cultural trasciende con mucho los márgenes del playlist. Así que decidme, ¿qué lecturas compaginan con Salsa de cuervo? ¿De qué película o serie sería banda sonora?

EA & RL: Estamos publicando en nuestras redes las letras de las canciones como ejercicios poéticos más amplios acompañadas de ilustraciones, imágenes, cuadros. En cada una se pueden dar muchas de estas "publicaciones". Para la canción Salsa de cuervo hemos mirado un grabado de Doré dedicado al poema "El cuervo" de Edgar Allan Poe que sí estuvo en el tejido interior en el momento creador del temónque es para nosotros y que lo hacemos en directo a todo lo que da el equipo que tenemos en cada sitio. Para todo el disco ya te digo que hay muchas, algunas de ellas irán saliendo. Nos parece que el óleo de Jorge Diezma es perfecto para ilustrar o mejor dicho, acompañar nuestro trabajo. Queríamos una especie de bodegón, una mesa donde estuviesen puestos muchos elementos como alusión a la multitud de ideas que manejamos todos.


EC: ¿Y como himno nacional? La casa del cuervo “que está en mitad del bosque, pero en un jardín” podría llegar a sustituir, sin ningún problema, el Asturias, patria querida, ¿no creéis? A falta de gaitas, buenos son los bits.

EA: El himno Asturies patria querida nos guste más o menos está totalmente aceptado por los asturianos. Es un himno que sigue emocionando a raudales. He visto cómo se cantaba con el puño el alto cientos de veces, yo mismo lo he hecho. Cosas de la cuenca minera.

RL: Ya que preguntas por el himno de Asturies quiero contar la historia de su origen y evolución. Es una historia muy especial. El himno tiene origen en Cuba, donde un músico quiso homenajear la tierra de su padre. En la canción cubana, creo que de Ignacio Piñeiro, no había casi nada de la letra que conocemos hoy en día, tan solo un par de frases. El caso es que tampoco la música de esta canción original es la que ha llegado a nuestros días. Fueron unos mineros polacos que trabajaban en Mieres, a Asturies han venido a trabajar mineros de muchos países, especialmente del este de Europa, y que combinaron la letra con una de sus polcas más populares. La letra, por aquel entonces, cuando los polacos entraron en escena, estaba dedicada por completo a la revolución del 34, esta letra me gusta mucho en particular. El caso es que luego se produjo el siguiente paso dentro de todo este camino de préstamos y robos musicales, haciendo que desapareciera totalmente cualquier resto del pasaje revolucionario al que se cantaba, ensalzando los hechos revolucionarios del 34 y tomando unos versos de una canción cántabra, una canción purísima, montañesa, que es el trozo del árbol y la flor. Y así hemos llegado a nuestro himno que a mí tampoco me apetece sustituir de momento por nada, menos por una canción nuestra que es producto de varios robos y préstamos musicales, así como de varios pasos atrás con tal de no dar pábulo a una letra como la que tenía al albur de los hechos revolucionarios que preceden a la guerra de España y a la Guerra Mundial. Salsa de cuervo habla de una aventura, podemos decir "espacial" ocurrida en el alto de una de estas montañas que siempre son horizonte en este paisaje de nuestra Asturies.