22 de febrero de 2014

Como si no fuera una feria

Vamos a ARCO como si no fuera una feria; como si aquello tuviera un proyecto general, una curaduría que fuera más allá de lo inmediata y sencillamente vendible. Asistimos a tomarle las pulsaciones a ese viejo llamado arte (Hegel dixit) pero el enfermo lleva años siendo cadáver. Es la crónica de una decepción anunciada, culpa quizás de nuestras elevadas (léase críticas o estéticas) expectativas. Madrid no solo no tiene playa (vaya vaya), tampoco bienales o anuales; aceptémoslo y evitemos multiplicar sin necesidad más entidades comerciales en el futuro.
         Uno de los elementos discordantes dentro del mercadillo de los marchantes que es ARCO y que quizás (solo quizás) podría justificar nuestras exigencias de actualidad y curaduría es la presencia de países invitados; curioso formato, por cierto: juntar bajo un mismo techo a agentes contables de una nación y marchantes. Churras con merinas. Sería como si en el recinto ferial de Medina del Campo, entre carniceros y sacacuartos, hubiera delegados oficiales de la pérfida Albión.
         La diplomacia de las invitaciones, ahora como en tiempos del Cesar Carlos, tiene razones que la razón ignora, pues este año el bienvenido es Finlandia y nadie sabe por qué; hablan de paridad de género, según parece en Helskinki tienen la mayor tasa de mujeres artistas, pero suena a chiste malo: solucionar problemas estructurales del patriarcado importando norteñas como si en estas tierras no hubiera mujeres con problemas dentro del circuito. No jodas. Hablan de atraer coleccionistas escandinavos, pero la táctica de darles a los visitantes del IFEMA lo que ya tienen parece llamada a fracasar.
         Hagamos una prueba: ¿irían hasta Helsinki para comprar chorizo ibérico (léase Mateo Maté)? Y del mismo modo, madrileños: ¿estarían dispuestos a pagar cuarenta euros para ver las mismas galerías llevando las mismas obras, business as usual? Pues eso.
         El muestrario de artistas foráneos no está --con todo-- mal y se agradece que haya uno solo por galería. En Arhava me llamó la atención Forest Square, el trabajo medio cubista que plantea Antti Laitinem haciendo geometrías con materia prima natural. Son comerciales, en el mejor sentido del término, los lienzos de gran formato que Leena Nio decora con motivos animales; si hubiera pasta y lugar, yo mismo me haría con el Excaparate Routes que expone Forsblam. No podían faltar las locuras vikingas variadas, cortesía este caso de Mia Hamari, una chavala con una navaja en la mano, reduciendo un tronco de madera a virutas y serrín; a su alrededor, en Forum Box, esculturas que parecen muñecas jugadas y usadas por niñas hasta el báquico desmembramiento: sayonara, piernas y brazos.
            El premio a la obra de riesgo se lo lleva, sin embargo, Anna Rokka y su tremenda instalación a base de moluscos, junto con cristales quemados y ecos del Norte, hecha site specific para Sinne, una fundación sin ánimo de lucro destinada a promocionar la trayectoria de jóvenes creadores finlandeses (Rokka es de 1986). Un escaparate como ARCO tiene cierta gracia por estos momentos de visibilidad, la transparencia del artista que apunta maneras, un nombre que escuchas por vez primera o las copas con amigos; la luminosidad del ricachón comprando, talonario el mano, la cultura plástica ajena, no merece tanto la pena verla.

[Publicado originalmente en A*Desk. 22 de febrero de 2014.]

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