19 de abril de 2014

Que los dioses te ayuden a pillar cacho. El caso de Alan Moore: un mago ilustrado.


Como toda persona de izquierdas, estoy vagamente familiarizado con el ocultismo; conozco de hecho a varios magos y no pocos mistagogos. La fraseología victoriana y el sectarismo carismático, esa manía de invocar deidades jubiladas o impotentes, el creerse y el quererse proscrito ante unas autoridades que —por desgracia— no tienen nada mejor que hacer salvo infiltrarse y monitorizar las actividades de tu grupúsculo, las peleas por términos sin referente son las mismas entre nosotros que entre los miembros de la Sociedad de Rosacruces. Unos adoran a Lenin Trismegisto, otros a la Orden Templaria del Bienestar. Por eso saludo con entusiasmo no disimulado la publicación de Ángeles Fósiles de Alan Moore (La Felguera, 2014) porque es un panfleto insuperable, un mamporro mayúsculo contra los pezqueñines ideológicos que pueblan ambos mundos. Leamos el catálogo de los afrentados: «Los perroflautas de Pan. El bramido incoherente de nuestra hinchada hermética, los proletarios pro-lemures, los aspirantes a wiccanos y el Templo de los Cuarentones Psíquicos, haciendo cola junto con los prepúberes para entrar en la franquicia de turno del País de las Hadas, el reino de los irredimiblemente hobbitificados. Potterlandia.» Y suma y sigue.
El libro viene prologado por Servando Rocha, quien describe la conversión de Moore en mago y adorador de Glycon, una serpiente divinizada por Alejandro de Abonuteicos, sobre quien Luciano de Samostasa lanzase la acusación de engañabobos --la serpiente, según parece, tenía mucho de marioneta. La elección de esta divinidad teatral y vinculada con Asclepio, el dios griego de la curación, debería ponernos sobre la pista del carácter higiénico y artístico de la creencia mooreana: si Sócrates tenía a deber un gallo (que según unos sería un elogio del poder mortal de la cicuta; y según otros una alegoría sobre la filosofía como medicina mentis), ¿qué deuda tiene Moore con sus dioses? Rocha menciona la historia de la alquimia o el esoterismo anarquista en V de Vendetta —ciertas claves para entender su trayectoria— pero lejos de armonizarse gracilmente, el tono del prologuista y del prologado se contraponen muchas veces. Allí donde Moore utiliza la sátira y convierte la invectiva en categoría, criticando los desmanes del ocultismo, Rocha considera oportuno elaborar un catálogo de secretos mágicos personales, una suerte de manual de autoayuda para el aprendiz de hechicero. El contrapunto entre la denuncia implacable del maestro y la edificante hagiografía del alumno arroja una disyuntiva interesante sobre distintas formas de creación esotérica. Recuerda, como dice Rocha: «todo está delante de nuestras narices. Todo está dentro de ti
Moore piensa que hacer magia es arte. Esto quizá parezca y resulte efectivamente de una obviedad aplastante para cualquiera que haya oído hablar de la influencia del totemismo en las vanguardias históricas, de la importancia del imaginario escandinavo para el black-metal o de la afluencia de escritores a la sociedades primero masonas y después teosóficas (también había presencia filosófica: nada menos que la hermana de Henri Bergson, el filósofo vitalista francés, estaba casada con uno de los fundadores de la Orden Hermética del Amanecer Dorado). Resulta infinitamente más atrevido hacer como hace Moore, además de reconocer su innegable potencial estético, negarles a los rituales ocultistas realmente existentes cualquier efectividad práctica, cualquier pretensión científica. 
El ataque contra el alquimismo cerrilmente tecnológico, el ensuciamiento de lo trascendental por conatos de piedra filosofal o pócima de la eterna juventud o marmita de Panoramix, que Moore considera demasiado utilitarias como para elevarlas a la categoría de la magia, es una objeción proverbial siempre que aceptemos una caracterización de lo mágico como juego en si o finalidad sin fin; en caso opuesto, si rechazamos estos lugares comunes manidos desde la estética kantiana, todavía podemos deleitarnos con la mala leche del texto:

Si es dinero lo que queremos, ¿por qué no movemos mágicamente el culo, trabajamos mágicamente de una puñetera vez en nuestras mágicas vidas sedentarias y vamos a ver si al cabo de un tiempo han aparecido mágicamente unas cuantas monedas en nuestras cuentas bancarias? Si lo que buscamos es el afecto de algún objeto amoroso que no nos hace caso, la solución es todavía más simple: le echas unos rohypnoles en la sidra y la violas. Al fin y al cabo habrás hecho algo igualmente despreciable en el plano moral, pero por lo menos no habrás denigrado la esfera trascendental pidiéndoles a los espíritus que le aguanten a la víctima los brazos y las piernas.

Menuda cuadratura del círculo la de Moore, no obstante, pues sabemos que el potencial estético de la magia deriva muchas veces de la creencia en su efectividad o en su veracidad. Una vez destrozado el animismo, ¿quién puede apreciar el ocultismo realmente existente salvo como aquelarre bufonesco o, en el mejor de los casos, nostalgia de un pasado mejor donde ciencia y recreo fueran lo mismo?

[Publicado originalmente en Culturamas. 18 de abril de 2014.]

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