11 de mayo de 2014

La racha de la NLR

La New Left Review está en racha. La revista que marca la agenda del izquierdismo académico parece haber entrado durante las últimas décadas en una estanflación intelectual, en tanto que los salarios teóricos nominales de sus líderes espirituales no paran de crecer, los que todavía mantienen cátedras y cuarteles de profeta (Nancy Fraser, Robert Brenner, Frederic Jameson) están cada vez mejor pagados de si mismos y solo interceden como deus ex machina para arbitrar peleas entre discípulas o para enterrar como viejunos a algún camarada muerto, mientras el crecimiento de explicaciones estructurales, esa aplicación de hipótesis generales sobre la coyuntura global —tanto en cultura como en política— que caracterizó a la solidaridad internacional de biblioteca de los 70s y los 80s (en palabras de Perry Anderson: “x”), atraviesa últimamente sus horas más bajas por culpa de la creciente separación entre historiografía sociológica y filosofía circense sin red. La lucha de estos dos cuerpos de la NLR —E.P. Thompson vs. Louis Althusser— quizá tenga su versión más insulsa en el duelo de sordos que protagonizaron el verano pasado Chomsky y Zizek, demostrando nuevamente que los guiris también debaten de oídas y se apuñalan en la oscuridad hegeliana donde todas las vacas son negras y todos tus críticos, cómplices solapados del terror rojo.
            A falta de un relevo generacional, dada la natural dispersión de una revista con vocación de análisis de campo emic, espigando una pizca de Il Manifesto por aquí y otro poco del Observatorio Metropolitano de Madrid por allá, lo que termina en realidad confirmando nuestras peores expectativas, que todo dios lee lo mismo y nadie puede articular palabra propia más allá del star system de los Ernesto Laclau, los Mike Davis y tutti quanti, ante este panorama cargado de epígonos y machacas, los tercermundistas sentimentales y las ratas de biblioteca como yo saludamos con efusividad el número monográfico sobre política exterior yanqui a cargo de Anderson, y no solo porque allí vimos el acorde final de un old rocker del comentario bibliográfico y la historia de segunda mano, sino porque cruzamos los dedos esperando que cundiera el ejemplo entre las masas. Tres números de la NLR más tarde, nuestros sueños siguen sin hacerse realidad.

           El último número de la NLR es la encarnación quintaesencial del tancredismo como estrategia editorial, que consiste en quedarse inmóvil para estar a todas y pasar de todo al mismo tiempo, reforzando la sensación de esquizofrenia mientras vamos saltando de una entrevista de treinta páginas sobre el Corán —políticamente interesantísima— a un simposio sobre Nietzsche, la primera incursión filosófica que han realizado más allá del siglo XX, pues hasta ahora la grand theory había tenido —salvando la fascinación caducifolia por todo lo parisino— una función puramente ancilar respecto del análisis concreto de nuestro tiempo. Los textos merecen la pena, así que queremos recomendar su discusión, no porque queramos promover su recepción —dejamos el fomento de la lectura a piquitos más duchos, los hermanos Gabilondo por ejemplo, maestros en predicar en el desierto y no aplicarse el cuento— sino porque así nos quedamos más tranquilos habiendo descargado, como si fuera un fardo, nuestra opinión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario