10 de septiembre de 2014

¡Cultiva con energía! Un egipcio del siglo XXI a.C. replica a Karl Polanyi.

      Según Douglas North, el desafío que Karl Polanyi presenta ante la nueva escuela de historia económica consiste en afirmar que los mercados solo han sido el principal mecanismo de asignación de recursos durante un margen de tiempo y de espacio que —si me apuran— se limita al siglo XIX británico. Según Polanyi, los “modos de transacción dominantes” anteriores y posteriores a esa fecha son la reciprocidad (véase la economía del don socialmente obligatorio) y la redistribución (véase la economía dirigida por los servicios estatales). Esta hipótesis tiene la ventaja de coincidir con la noción marxiana de formación económica pre-capitalista y con las críticas que plantean algunos antropólogos (Louis Dumont), historiadores (Moses Finley) y psicólogos (Dan Ariely) a los presupuestos intencionales que harían del homo oeconomicus —según los economistas neoclásicos— un modelo de conducta universal. Los modelos de mercado que Polanyi estudia (el circuito Kula en las islas Trobiand y el intercambio en la Babilonia de Hammurabi) carecían de un sistema de fluctuación de precios según la oferta y la demanda porque el riesgo de obtener beneficios o pérdidas gracias a la transacción económica estaba limitado por acuerdos sociales previos, de modo que el fetiche del comercio debería explicarse apelando a criterios distintos de la maximización puramente crematística. En suma: «Karl Polanyi cannot be so lightly dismissed, and if his spirit does not haunt the new economic historians, it is only because they probably are not even aware that the ghost exists»[1].
      Según North, la nueva escuela de historia económica puede explicar la persistencia de la redistribución y de la reciprocidad (incluso en el siglo XIX) apelando a los costes de transacción que conlleva estipular derechos de propiedad bien definidos, sinónimo de privados y sagrados, condición de posibilidad para un mercado donde los precios fluctuan. Esta explicación en términos de coste/beneficio no es sino la extensión al conjunto de la sociedad de las ideas de Ronald Coase sobre la naturaleza de la empresa. Según Coase, una empresa no se organiza según criterios puramente capitalistas, pues en ella el poder tiene valor pero casi nunca precio: una secretaria no puede comprar el puesto de mando a su jefe con el dinero con que compra la ropa en el H&M por la sencilla razón de que —como dice Spiderman— un gran poder conlleva una gran responsabilidad, entendiendo por responsabilidad una información confidencial o un savoir faire cuya transmisión a la secretaria supondría más costes que beneficios.[2] Esta sería la reconstrucción racional de por qué la división del trabajo y la promoción a ciertos cargos dentro de las empresas responden a una lógica feudal o patriarcal, basada en la honra de la esposa, la lealtad del vasallo y la virtud del princeps, por la misma razón que la reciprocidad y la redistribución han sido formas de transacción dominantes tanto tiempo según North: porque es más barato mantener ciertos equilibrios sociales que garantizan el carácter previsible del intercambio económico a introducir el cash nexus como única forma de informar y negociar sobre sus condiciones.
      El problema de esta propuesta es que la transición a la economía de mercado de buena parte del globo no puede explicarse como una mejora paulatina de condiciones tecnológicas que facilitasen la coordinación entre agentes económicos, abaratando la negociación del intercambio una vez informadas ambas partes sobre la oferta y la demanda realmente existente. Por el contrario, la mayor parte de las infraestructuras que facilitaron la llegada del capitalismo se construyeron en un momento económicamente inapropiado, cuando todavía distaban mucho de ser inversiones rentables, razón por la cual fueron realizadas por el Estado, porque nadie en su sano juicio arriesgaría su propio capital en una empresa tan ruinosa como el imperialismo occidental o los ferrocariles americanos. Salvo que uno realice el cálculo a largo plazo, momento en que el análisis coste/beneficio deja de funcionar como guía para la acción atomizada propia de los agentes del mercado, pues aquí quien carga con los costes del despegue capitalista no es la misma persona (o clase social) que percibe los beneficios, como demuestra la necesaria intervención manu militari del Estado, el capitalismo —según la nueva escuela de historia económica— no debería haber surgido entonces. Tal vez nunca.
      No obstante, la hipótesis de Polanyi sobre el carácter puramente novecentista de la economía de mercado es tan débil que podría refutarse acudiendo en exclusiva a ejemplos previos a Homero de comercio (en ocasiones intensivo) de las llamadas mercancías ficticias: la tierra, el dinero y el trabajo; productos cuya compra/venta según precios de mercado genera —según Polanyi— un doble movimiento de protección contra la propia noción de mercado. La gestión de la tierra según el principio de la oferta y la demanda comienza, dice Ponlanyi, con los fisiócratas y tiene como respuesta defensiva la Revolución Francesa, entendida como un movimiento de pequeños campesinos que buscan una salida colectiva a la expropiación de la comunidad rural originaria: el reparto del terreno en parcelas modestas.[3] Pero resulta que la compra/venta de los terrenos agrarios fue bastante común en todos los periodos de Mesopotamia con la salvedad de la tercera dinastía de Ur (2112-2004), donde la transacción de derechos de propiedad se realizaba en presencia de testigos, como registran hasta 40 papeles del archivo real de Ugarit, y el regimen comunal agrario fue una respuesta bastante tardía a la imposición de una fiscalidad compartida por parte del Estado.[4]
      Polanyi sostiene que la conversión del trabajo en una mercancía tuvo lugar con las Poor Laws de 1834, que eliminaron el sistema Speenhamland (1795) que garantizaba un ingreso mínimo a trabajadores y desempleados por igual, financiado sobre todo por la clase media y ajustado a la inflacción de salarios y precios. Un ensayo del Impuesto Negativo Sobre la Renta (muchos pequeños burgueses quebraron por culpa del subsidio y pasaron de pagarlo a recibirlo) que La gran transformación tacha de «paraiso para idiotas» porque conlleva un círculo vicioso de vagancia y productividad laboral decreciente que conduce en última instancia a perder el respeto por uno mismo, viviendo de la caridad estatal en lugar del esfuerzo propio. El fiasco de esta Renta Básica del Pobre tuvo como resultado la demonización (hasta 1914, militarismo obliga) de la ayuda estatal como panacea universal aparente por parte de un proletariado que «casi pierde su forma humana en el intento» de tener un derecho pagado a la vida.[5] Pero Polanyi confunde, como señala Yann Moulier Boutang, la causa y el efecto en su propia teoría: la única forma de entender Speenhamland es como reacción (o doble movimiento) ante un mercado de trabajo cuyo origen Polanyi debería situar, como poco, antes de 1834.[6]
¿Cuándo? Volvamos a Babilonia: en las leyes de Eshnunna se estipula que los precios del mercado de alquiler de esclavos deben reflejar el coste de oportunidad, o como solía decirse en el segundo milenio a.C.: «Si un hombre no tiene poder sobre otro, pero retiene a su esclava, el dueño de la esclava ha de jurar por [algún] dios: “No tienes poder sobre mi”; y debe darle tanta plata como [cueste] emplear a la esclava»[7]. Resulta curioso que Polanyi diga que la libertad de contratación amenaza la reproducción y el mantenimiento de la fuerza de trabajo, ¿acaso la esclavitud o la servidumbre era mas benigna con las amas de casa? Es el problema de concebir la sociedad como un todo cerrado orgánico, que no contempla la posibilidad históricamente acontecida de una casta de esclavistas que repongan cada generación de mano de obra mediante el saqueo de poblaciones limítrofes. He aquí una situación de equilibrio, sin necesidad de doble movimiento.
      En cuanto a la tercera mercancía ficticia, el dinero, Polanyi retrasa la aparición de la moneda acuñada con propósitos comerciales hasta el siglo VI a. C., porque se supone que antes cumplía una función meramente simbólica de representación del valor ligado a una autoridad política. Sin embargo, los documentos atestiguan que durante un periodo de cincuenta años Assur, una ciudad del 1800 a.C., llegaba a transportar en burro 80 toneladas de estaño, que combinadas con 720 toneladas de cobre según la ratio habitual (9:1) habrían dado para 800 toneladas de bronce.[8] Resulta ilusorio pensar que tanto dinero carecía de una función monetaria autónoma de la autoridad política que la acuñaba, como atestigua la presencia del mismo metal como moneda de cambio en Capadocia, Mesopotamia y hasta el Génesis 23: 12-18, donde Abraham adquiere un lote de tierra a cambio de plata.[9]
      La lista de enunciados refutables de Polanyi podría ampliarse sin término. Por ejemplo: pensaba que el intercambio de mercancías, igual que la fundación de las colonías, fue primero un negocio de larga distancia, quizás porque el mercado interno parece más facilmente controlable por la autoridad política fuerte que el austriaco tenía en mente cuando pensaba en Hammurabi. Sin embargo, el estudio en paralelo de la contabilidad de tres mercaderes que hicieron sus balances comerciales en la misma ciudad de Mesopotamia revela que, en términos de plata contante y sonante, el 89,6% de los bienes adquiridos eran de origen local.[10] También resulta ilusorio imaginar que los mercaderes eran empleados de los monarcas que comerciaban sobre seguro en base a acuerdos precios sobre los precios, cuando existen cartas de reyes asirios molestos por el coste en estaño que implica comprar un caballo (siglo XVII a. C.) y el papir Lansing distingue claramente entre los empleados del faraón que recaudan impuestos (modelo de economía redistributiva) y los maestros del comercio que «descienden la corriente y están tan ocupados como el cobre, llevando bienes [de] una ciudad a otra, ofreciendo a cada quien lo que no tiene»[11].
      Para no extenderme más, quisiera terminar copiando dos cartas que un campesino egipcio llamado Hekanakht escribió a su familia en algún momento del siglo XXI a.C., porque cuestionan muy bien el prejuicio sobre la solidaridad mecánica de los antiguos, la idea de una economía basada en el status social, por completo ajena a los cálculos marginales de utilidad, el individualismo propietario y el culto al esfuerzo individual que, según algunos, sería una simple ficción inventada por cuatro filósofos británicos:

Carta I.
¡Cultiva con energía! ¡Ten cuidado! Mi siembra debe ser conservada; toda mi propiedad debe ser conservada. [...] Tienes que enviar a Nakht y Snebnut, los hijos de Heti, a Perhaa a cultivar x arouras de tierra alquilada. Habrán de tomar su alquiler de la tela que está tejida donde estás. Pero si se ha vendido el farro que está en Perhaa, deben pagar [la renta] con el pago del grano, para que así no tengas que preocuparte con la tela de la cual digo: "Téjela, y habrán de llevarla para venderla en Nebesit, y habrán de alquilar tierra por su precio." [...] A cambio de las cosas que los hijos de Heti harán para mi en Perhaa, les he asignado una ración para no más de un mes, en total h3r de cebada norteña, y también he asignado una segunda ración de 5 hk3t de cebada norteña a entregar a sus dependientes el primer día del mes. Si superas este límite, se considerará una malversación por tu parte.

Carta II.
Solo habrás de darle esta comida a mi gente mientras trabajen. ¡Ten cuidado! Sacha todos mis campos, tamiza (¿el grano sembrado?) con el tamiz y el hacha, pon tu nariz en el trabajo. Si lo hacen con energía, darás gracias porque no tendré que regañarte. [...] ¡Con energía! Estás comiendo mi comida. [...] He generado 24 deben de cobre con el alquiler de la tierra que Sihator te llevará. Tengo 20 (?) arouras de tierra cultivada para nosotros en Perhaa junto a Hau el Joven por (el pago) del alquiler con cobre, ropas, cebada norteña o cualquier cosa, pero solo cuando hayas vendido el aceite y todo lo demás.[12]





[1] North, D. (1977), “Markets and Other Allocation Systems in History: The Challenge of Karl Polanyi”, Journal of European Economic History, 6 (3), p. 704.
[2] Coase, R. H. (1937). “The Nature of the Firm”, Economica 4 (16), pp. 386–405.
[3] Polanyi, K. (1977), The Livelihood of Man. Nueva York: Academic Press, pp. 6-7.
[4] Gelb, I.J. (1971), “On the Alleged Temple and State Economics in Ancient Mesopotamia”, Studi in Onore di Eduardo Volterra, 6, pp. 137-54; Leemans, W.F. (1975), “The Role of Land Lease in Mesopotamia in the Early Second Millenium”, Journal of the Economic and Social History of the Orient, 18, pp. 137-38; Yaron, R. (1958), "On Defension Clauses of Some Oriental Deeds of Sale and Lease from Mesopotamia and Egypt”, Bibliotheca Orientalis, 15, pp. 15-22.
[5] Polanyi, K (1992), La gran transformación, México DF: FCE, pp. 128-164.
[6] Moulier-Boutang, Y. (2006), De la esclavitud al trabajo asalariado, Madrid: Akal, pp. 486-534.
[7] Yaron, R. (1969), The Laws of Eshunna, Jerusalén: Magnes Press, pp. 183-85
[8] Larsen, T. (1976), The Old Assyrian City-State and Its Colonies, Copenhage: Akademisk Forlag , p. 89.
[9] Smith, S. (1922), “A Pre-Greek Coinage in the Near East?”, The Numismatic Chronicle, 2, 176-185; Oppenheim, A.L (1954), “The Seafaring Merchants od Ur”, Journal of the American Oriental Society, 74, p. 10; Lipinsky, E (1979), “Les temples néo-assyriens et les origines du monnayage”, State and Temple in the Ancient Near East, Leuven: Departament Orientalistiek, p. 568.
[10] Snell, D.C. (1982), Ledgers and Prices: Early Mesopotamian Merchan Accounts, New Haven: Yale University Press, p. 49.
[11] Blackman, M.A. & Peet, T.E (1925), “Papyrus Lansing: A Translation with Notes”, Journal of Egyptian Archaeology, 11, p. 290.
[12] Baer, K. (1963), “An Eleventh Dynasty Farmer's Letters To His Family”, Journal of the American Oriental Society, 83, pp. 2-9.

[Publicado originalmente en Encrucijadas. Septiembre 2014.]

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