16 de septiembre de 2014

Invitados #4: Carlos González Fuertes, Obreros y siervos.

Telemadrid es la única cadena de televisión —que yo conozca— que, antes incluso de que se eligiera presidente a Mariano Rajoy, ya era perfectamente reconocible sin mirar gracias a su a veces desconcertante discurso —ahora pasa un poco lo mismo con TVE—. No había ni hay semana en la que no se haga noticia de cosas que no lo son, como cuando algún universitario perroflauta hace alguna tontería propia de un universitario perroflauta y se le convierte en ejemplo de una generación viciada para el regocijo en la maledicencia de algún lector del diario Expansión, o se emite un reportaje en el que se propone una visión de la realidad que no es del todo objetiva, que  evita información respecto a temas que podrían poner en evidencia al partido que controla la cadena.
Una expresión habitual en sus noticiarios es «las amplias clases medias» para referirse a lo que en otro contexto se podría llamar «mainstream».
Es lógico considerar que para entender lo que son «las amplias clases medias» hace falta pasar por el aro de ese discurso que versa: «todos somos clase media», entendiéndose, caritativamente, que ni el neoliberal más acérrimo cree en serio que todos seamos clase media, sino que, al menos, la mayoría lo somos.
Yo no creo esto de la misma manera que tampoco creo en otros discursos semejantes porque, aun considerándome yo una persona de derechas, no estoy lo suficientemente ciego como para no ver que este discurso es ideológico aunque, al igual que en otros casos como el del «discurso heroico», podría considerar positivo, y es por eso por lo que soy de derechas. Sin embargo, fomentar que todo el mundo crea que todo el mundo es de clase media no me parece tan positivo; sobre todo, al mezclarse con la católica y vanidosa cultura española.
El padre del fan medio de Melendi recogiendo
excrementos de asno para elaborar abono.
Deleitosa, Cáceres, 1951.
Yo me considero a duras penas de clase media, y hasta me gustaría poder declarar de clase obrera (de clase baja), porque sí que me he criado en un ambiente de clase baja con muchos amigos (casi todos) de clase baja, y la cultura de clase baja es, en muchos aspectos, mi cultura (aunque el hecho de que mis padres tuvieran estudios universitarios me convertía en mi entorno en una pequeña minoría).
Esta declaración que acabo de hacer podría considerarse extraña o hasta ofensiva, sobre todo si esto lo lee alguien de un país en el que, al contrario que en España, la mayoría de la gente, ya sean de clase baja, media o hasta alta, no vive en pisos, lo que ha condicionado municipios en los que, al contrario que aquí donde no es poco habitual que las clases medias y bajas vivan mezcladas, sí hay guetos; en una sociedad como la nuestra, claro, es más fácil hacer calar el discurso del «todos somos clase media».
El sociólogo Sam Richards nació en un ambiente de clase obrera sin prácticamente opciones de ir a la Universidad. Cuando consiguió entrar, fue, en un principio, un alumno mediocre. Ahora es profesor de Sociología en una universidad de la Ivy League. Lleva pendientes, un collar de hippie y gafas de John Lennon. Se hizo famoso con un vídeo publicado por TED en el que daba una charla sobre la empatía con maneras que podrían recordar a Steve Jobs. En el vídeo explica un ejercicio mental para hacer al público desarrollar cierta empatía con, por ejemplo, los insurgentes de Oriente Próximo. Es por estas cosas por lo que se le tiene como a  uno de los «101 Most Dangerous Academics in America», el título de un libro en el que se criticaba la preponderancia del pensamiento progresista en las universidades americanas.
Es un concepto recurrente en la sociología funcionalista (de ahí la charla de Richards, muy influido, como es normal entre los académicos americanos, por las concepciones analíticas de Mead o Whitehead) que el entorno de la persona es lo que construye su concepto de sociedad.
Sin llegar a tanto, va contra el sentido común que, en un ambiente de clases medias y bajas mezcladas, se decante un grupo, ya sea de clase media o baja, que, para defender sus propios intereses de clase, perjudique sus propias relaciones con el entorno.
De hecho, cuando en ciertos estudios sociológicos se habla, por ejemplo, de la relación entre el altruismo de ciertas especies animales y entre los humanos, no se suele comentar que el sentido de la sociedad de los animales se resume a los individuos con los que interactúan. Con los seres humanos pasa exactamente lo mismo (teniendo en cuenta cómo interactúan los humanos, sobre todo con las tecnologías modernas), y ésta es probablemente la razón de, por ejemplo, esa anécdota de la que habla Owen Jones en Chavs, en la que le llama la atención que en un grupúsculo de la gauche caviar británica, entre los que se encontraban personas que no eran británicos de raza blanca y homosexuales que se declaraban de izquierdas, no se tuviera reparos en hacer escarnio de las clases menos favorecidas con el uso del estereotipo de clase obrera que da nombre al libro: el chav.
Las razones por las que a Jones le afecta tanto algo así no son difíciles de discernir: en otras partes del libro se pone como ejemplo de chavtown a Stockport, en el norte de Inglaterra, de la que Jones es oriundo. ¿Cómo no le va a afectar, entonces, que cuando él, criado en un ambiente de clase obrera con amigos y familiares de clase obrera, se moviliza junto a partidos de izquierdas defendiendo los derechos de sus familiares y amigos: la gente que le rodea; y siendo conocedor, además, de los prejuicios de la clase obrera hacia las clases más afortunadas, prejuicios en los que se acusa a la burguesía de ser desconsiderada y déspota, están esos burgueses, delante de él, cumpliendo a la perfección esos prejuicios? ¿Cómo va a soportar alguien de clase obrera que se deshumanice y ridiculice al entorno en el que se ha criado de semejante manera, sobre todo por parte de personas que, encima, se consideran los verdaderos defensores de la moral y la izquierda?
Reconozco que en esto no puedo evitar identificarme con él; sólo que yo no soy tan tenaz, y si ser de izquierdas es ser un chico pudiente con una moral sacada de Los Lunnies que no es capaz de comprender que ser de izquierdas no es decir «soy de izquierdas», sino comportarse en consecuencia a ello aunque no se diga, entonces yo no puedo ser otra cosa que, otra vez, de derechas. Y Sam Richards, sociólogo funcionalista de origen humilde, debe estar de acuerdo, porque es conocido por libertario (aunque se le meta en listas de progresistas por estridente y llevar pendientes).
Lo más kafkiano de todo este asunto, sin embargo, es que, como he apuntado en otras ocasiones, la burguesía parece estar defendiendo sus privilegios apoyando a partidos y concepciones políticas que son, en teoría, herederas de movimientos obreros, pero que hace largo tiempo que dejaron de serlo, como es el caso que comenta Owen Jones en su libro, del New Labour británico, de gran influencia en las agrupaciones socialistas internacionales.
Hace poco apareció en la televisión un diputado del PSOE del parlamento de la Comunidad de Madrid hablando sobre cómo el PP estaba recortando los derechos de la clase media. Este discurso es el mismo que el del núcleo perroflauta de DRY/JSF (tiempo después de que haya pasado de moda manifestarse contra la crisis, éstos, que ya estaban ahí mucho antes de que se pusiera de moda, siguen «luchando» en la UCM). Pero ¿no sería lo propio que un diputado del PSOE defendiera los valores obreros con o como la de «partido socialista obrero español» en lugar de perder el culo por la clase media, que ya es, de por sí, una clase privilegiada? Y, peor aún: ¿por qué un movimiento tan pretendidamente revolucionario como el 15-M defiende lo mismo?
Lógicamente, porque al referirse a «la clase media» se refiere, en realidad, a las personas con un nivel adquisitivo cercano a la moda estadística (los que no son ni pobres ni ricos). Y de esto tienen la culpa, según Owen Jones, la neoliberal Margaret Thatcher y su antes referido discurso.
«¿El Barrio? ¿Flamenquito? ¿DJ Nano? Menudo facha eres, maricón.
Eres como un taxista. Lo que tienes que escuchar es Crystal Castles en
el Primavera. Y devuelve esa camiseta de la Selección, que pareces imbécil».
De los ejemplos que estoy dando, se deduce que esto que critica Jones en su libro se da tanto en España como en el Reino Unido, y  que se debe a aquello a lo que Jones culpa: el thatcherismo, que ha sido un movimiento de referencia en Europa y, por lo tanto, su influencia ha marcado la política española.
Se define a los chavs como una subcultura de clase obrera, y no es ésta la definición de un académico, sino una definición dada por alumnos de grammar schools en una encuesta.
¿Se imagina esto en España? ¿Qué los alumnos de instituto definan a los canis, a las chonis o a los pokeros como «subculturas de clase obrera»?
En el mismo libro de Jones aparece una cita que podría dar una pista de por qué esto sí pasa en Inglaterra:

To say that class doesn’t matter in Britain is like saying wine doesn’t matter in France; or whether you’re a man or a woman in Saudi Arabia.

The making of the English working class es uno de los libros que más han influido la obra de Jones. Y esto no es de extrañar siendo como es una obra capital en las universidades británicas y americanas.
Para empezar, en su prefacio, al igual que en otros ensayos (nunca en los españoles; eso significaría rendirse al plan Bolonia, y entonces las universidades españolas dejarían de ganar tantos premios Nobel, como todo el mundo sabe) en los que se hace un invasivo análisis histórico de lo que sea, E.P. Thompson da bastantes justificaciones sobre cualquier falta a la sociología o a la ciencia en general que pueda tener su ensayo. [1]
En todo lo demás, The making… es heredero, como es natural, de la sociología y las concepciones weberianas. Weber es, como es sabido, un autor capital de la sociología con teorías sobre la cultura que se suelen utilizar como base para estudios que luego, en España, suelen deformarse para esquivar algo que está en ellos y en Talcott Parsons, y ese algo es que no tiene nada que ver ser de cultura católica que de cultura protestante. La religión cobra bastante importancia en cómo se formó la clase obrera en Inglaterra. En los primeros capítulos se nos cuenta la correspondencia de un pastor calvinista; se nos habla de cómo las concepciones religiosas influyeron tal proceso, cómo surgieron los sindicatos ingleses en forma de asociaciones ajenas al estado que defendían los derechos de un colectivo: como instituciones de naturaleza liberal.
De hecho, si yo siempre he sacado algo en claro de ver muchos talk-shows en prime time, de lo que dice la gente en el INEM (SEPE) de Alcobendas y de las conversaciones con mis amigotes de clase obrera, es que la gente humilde odia al estado, al gobierno, al que culpan de la situación, y el 15-M fue la sublimación de ese sentir general; situación similar a la de la formación de la clase obrera en Inglaterra, las clases de arriba como enemigos auténticos, que cuando son derrocadas, como dicen en Dr. Zhivago: «ya no hay zares», ya no hay enemigos, pero en una democracia, aún parlamentaria, ¿quién es el enemigo?
Como dice E.P. Thompson, la clase obrera inglesa estuvo presente en su propio nacimiento, y ese estado de conciencia colectivo fue la razón de que esa masa subyugada a la oligarquía, al poder que ostentaba el estado, con el rey a la cabeza, decidiera que no tenía ningún sentido que, cuando ellos son los que mueven la economía de verdad con su fuerza de trabajo, otras personas en absoluto productivas disfruten de la riqueza que ellos generan. Cuando entendieron que toda la economía dependía de ellos, fue cuando entendieron el inmenso poder que podrían tener unidos, como un colectivo de clase.
Existe un extraño discurso, que es independiente de la clase social (aunque el «todos somos de clase media» también es independiente de la clase social por las mismas razones que éste) que versa de esta manera: «el problema de España (o de los españoles) es [inserte aquí la primera tontería que se le ocurra]». Lo mejor de este discurso es que, puesto que se habla de un problema, que es algo negativo, que incluye al que lo dice, como él también es español, nadie le acusaría de, y por eso no parece plantearse, que lo que está diciendo puede ser una gilipollez como un piano; aunque sea muy evidente que él no se considera causa de los problemas de España, como buen conocedor de la respuesta, porque, lógicamente, España es un país en el que todo el mundo tiene razón en que la culpa de todo la tienen los demás. La versión más habitual de este discurso vendría a ser así: «el problema de España es la envidia (los envidiosos)». Hasta se puede justificar esto ad verecundiam bajo la autoridad de un argentino ciego (que, por otro lado, no tenía ni idea de lo que es España). De hecho, invito a quien quiera a hacer un drinking game viendo, por ejemplo, La Noria o 59 Segundos, en el que se beba un chupito cada vez que se oiga en la televisión: «los españoles somos envidiosos» o algo por el estilo. No me responsabilizo de los comas etílicos.
Sin embargo, no se me viene a la cabeza ninguna justificación de esto derivada de mi experiencia (y eso que yo sí me considero un auténtico envidioso; pero soy de los pocos). Si, por ejemplo, tuviera que escribir una ficción costumbrista sobre Madrid, difícilmente pondría a un personaje envidioso, pero seguramente pondría a alguien quejándose de toda la envidia que hay a su alrededor, aunque no la haya (lo que sí hay es fanfarronería y vanidad). De hecho, en esas indignantes opiniones de taxista centroeuropeo que se pueden leer en Der Spiegel, por ejemplo, jamás se dice que los españoles seamos envidiosos, sino que hablan del «orgullo español»  con argumentos como «si los españoles lo hacen todo tan bien, ¿por qué su economía va tan mal y la nuestra tan bien?». Catolicismo contra protestantismo: el «la culpa el de los fuertes por abusar de los débiles» contra el «la culpa es de los débiles por ser débiles».
Yo siempre he interpretado esa apología de la humildad que hacen tanto, por ejemplo, ciertos jugadores del Barça, como un residuo católico, pero lo mejor es que es un argumento puramente conservador que favorece el mantenimiento del status de las clases dominantes.
La clase obrera inglesa luchó por sus derechos porque ellos eran la mayoría que movía el mercado. No le pidieron nada a nadie. Lo cogieron porque les pertenecía, porque era lo justo y lo lógico, y las clases dirigentes no pudieron hacer nada. Los individuos que formaron la clase obrera se rebelaron contra un estado que permitía su maltrato.
En un programa de televisión en la época de Zapatero, aparecía el hijo de un aristócrata enseñando a los españoles su gran casa en Andalucía, creo. Era un hombre de hacia la mitad de la treintena, indudablemente guapo, pijo, Grande de España y con un doctorado en Economía de una universidad norteamericana. Un hombre privilegiado que, como tantos otros privilegiados, hace uso de sus privilegios sin ningún atisbo de culpabilidad, quizás porque, viviendo en un ambiente privilegiado, no se considera un privilegiado, sino una persona perfectamente normal  que ha conseguido sus privilegios gracias a su esfuerzo y, supongo, todos los que están por debajo de él (el 90% por ciento de la población) son una gentuza. Aunque esto pueda parecer una conjetura, según va avanzando el programa, pasa algo muy interesante. Delante de su palacio en Andalucía aparecen unos manifestantes que piden el expropio de las tierras del latifundio y la entrega al estado del palacio. Cuando la reportera del programa le pregunta al marqués qué opina de esto, él responde con bastante suficiencia: «lo que quieren es quitarme el palacio para quedárselo ellos». Como si no fuera exactamente eso lo que quieren, explícitamente.
Las palabras fueron éstas, pero fácilmente pueden sustituirse por «esta gente es una envidiosa». Es muy fácil imaginárselo, como al señorito Iván de Los santos inocentes, hablando sobre jerarquías y cómo el que la gente vaya a manifestarse delante de su casa es producto de lo mal que está el país. A mí no me cuesta imaginarlo donando dinero a los pobres, votando al PSOE o, como cuenta Owen Jones, formando parte de esa clase alta y media-alta que se declara de clase trabajadora porque trabaja. («Todos somos de clase trabajadora» es lo mismo que «todos somos de clase media»).
A mí me cabrea mucho ese discurso de «todos los que se meten conmigo es porque me envidian», aunque es verdad, sin pensar en por qué les envidian: por su talento o por la posición que ocupan a pesar de su falta de él.
Durante la última Eurocopa, con motivo de alguna de las muchas salidas de tono del polémico Balotelli, se publicó en El País un elogio del jugador que no es nada habitual en la prensa española. En el escrito se articulaba el típico discurso del chico incomprendido que triunfa a pesar de las muchas dificultades, que es un discurso que nos permitiría remitirnos a Sam Richards y su idea de la empatía, y es un discurso común en los medios norteamericanos: se trata de la idea, muy protestante, del sueño americano.
Cuando apareció este artículo, me llamó la atención que en un periódico como El País se publicara algo tan adverso a lo que acostumbran los medios españoles (en oposición a los americanos) y, lógicamente, lo retwiteé. Antonio J. Rodríguez, que parece vivir en una realidad alternativa donde todo el mundo lee el Babelia, escribió una entrada creyéndose muy perspicaz por ver que este  «discurso heroico» es ideológico y burdo, también dando a entender que es convencional.
Sin embargo, como estoy diciendo, no lo es, y menos en la prensa de izquierdas. Un claro caso de esto es el trato mediático de Cristiano Ronaldo (muy diferente, a pesar de ser un caso muy similar, al que le dan a Mario Balotelli en ese artículo), razón principal aquélla por la que yo siempre he considerado que estaba triste (si yo fuera él, también lo estaría).
Cristiano está triste… ¿Qué tendrá Cristiano?
Lógicamente, que la concepción helénica del heroísmo
que mamó en la Premier choca con la católica moral española.
Poco antes de que se le fichara, la prensa británica decía cosas como que la gente iba a Old Trafford sólo para ver a Cristiano. De la misma manera que es inconcebible que unos chavales de instituto definan a los pokeros como «una subcultura de clase obrera», es inconcebible que un medio británico (protestante y, por lo tanto, inclinado al individualismo) acuse a Cristiano de ser alguien del que avergonzarse, cuando en todos los aspectos exhibe valores admirables (excepto en el vestir, por supuesto, en lo que es un repulsivo obrerete). Ronaldo es, por si hace falta decirlo, un chav como una catedral. De familia muy humilde, no ha recibido precisamente una educación muy esmerada. Lo raro sería que no fuera, como es, un hortera. Por otro lado, no sólo es un jugador buenísimo, sino que, además, es guapo y tiene un cuerpo digno de un Madelman. Desde muy temprano en su carrera ha participado en campañas publicitarias en las que aparece enseñando palmito. Sus pendientitos y pintas de Dolce & Gabanna de barriada son comunes entre el canon estético en el que se debaten los jóvenes y millonarios futbolistas de origen humilde. Ronaldo no lleva tatuajes porque, si no, no podría donar sangre.
Sin embargo, es uno de los jugadores más odiados por los medios en España, donde se le acusa de ser un chulo y un maleducado, pero, ¿de verdad ha hecho algo para que se le acuse de esto más allá de, simplemente, parecer serlo (según los medios de clase media)?
Como digo más arriba, algunos podrían pensar que es por envidia (eso tan español, ¿no?), porque a la gente le gustaría tener un cuerpo como el suyo, o jugar al fútbol tan bien como él (tener su éxito profesional), o ganar tanto dinero como él, y le critican porque consideran injusto que alguien así gane tanto dinero.
Sin embargo, es evidente que ésta no es la razón porque, si lo fuera, a los envidiosos les afectaría el constante discurso de la envidia, y no es habitual que una mayoría se rebele al mismo tiempo contra el mismo discurso que ensalzan.
Cristiano exhibe con orgullo valores que la prensa española considera inmorales. Prueba de esto es cuando se pone de ejemplo de conducta a Rafa Nadal. A Cristiano Ronaldo no se le envidia en absoluto; se le desprecia con absoluta sinceridad, y él lo sabe. Owen Jones diría que se le desprecia porque es un puto chav, y Rafa Nadal es el chico bueno y limpio; Cristiano es el hortera malo; no tuvo la suerte de nacer en una familia con dinero como la de Nadal, con todos sus privilegios.
Sam Richards habla de la empatía como base de la sociología porque la empatía es, realmente, la base de la psicología. Y la sociología se basa en la psicología. A mí me parece profundamente desagradable toda esa especie de sociología postmoderna, esas extrañas teorías de género que niegan la psicología, como explico en «Paradigma, cosmovisión, cultura, complot». Por eso, considero que es muy evidente que si Xavi, Messi o Iniesta no son como Cristiano, siendo de ambientes similares, tal cosa se debe a que meramente están dentro de las limitaciones psicológicas que su mediocridad física les permite; son bajitos y no especialmente guapos ni fuertes, sin embargo, son tan buenos jugadores como él, y están muy cómodos dentro de una cultura de herencia católica que castiga a todo aquél que trate de erigirse sobre el resto, aunque lo merezca.
El bloguero Popy Blasco, por ejemplo, es muy dado a esgrimir un argumento, de raíz schopenhauriana, que es que él no se fía mucho de la gente que «no está buena». [2] No se le puede culpar: está en la estela de ese principio en el que los feos acaban proyectando sus complejos sobre todo lo que tocan, con un carácter moldeado por la incapacidad de conseguir ciertas cosas de ciertas maneras, que acaba por convertirse en ellos en una forma de ver la vida esquiva y ruin. [3]
Nietzsche, de hecho, asocia esto a la cultura judeocristiana: dualista, abstracta y defensora de los débiles, y es aquí donde se ve que Cristiano Ronaldo sólo ha cometido el pecado de ir con la cabeza alta, entrenándose a diario lo más fuerte que puede para llevar, con más o menos éxito, su equipo a la victoria, en constante defensa de sus valores de clase obrera (que a los pijos de los periodistas tan desagradables les parecen), dar dinero a fundaciones, utilizar los insultos como motivación, siendo un jugador que, en realidad, siempre juega limpio y que no le falta al respeto a nadie: Messi, acostumbrado a ganar en un equipo que juega para él —en su selección no hace tanto—, en uno de los pocos partidos que perdió, le lanzó un balonazo al público; Iniesta, cuando va perdiendo, no le sobra tiempo para ponerse a dar patadas; es muy fácil ser buena persona cuando te va bien, pero Cristiano lo sigue siendo hasta cuando le va mal, porque Cristiano es un monista magnánimo que está, como diría Nietzsche, del lado de la vida, y eso se valoraba cuando estaba en la protestante Inglaterra, pero en la católica España, es un ser despreciable: tiene que pedir perdón por ser guapo y de origen humilde; no vaya a ir contra la cultura que durante siglos ha mandado, no vaya querer erigirse sobre los demás (sobre todo sobre los que mandan: un puto chav), aún magnánimamente, justamente, sin engañar a nadie.
¡Mirad! ¡Unos pobres! XD
Al principio del documental de Michael Moore Capitalism: a love story se nos muestra en tiempo real un desahucio. En España, últimamente, tal cosa es, desgraciadamente, el pan de cada día. Pero en este desahucio pasa algo muy peculiar. Los desahuciados (de raza negra: esto me parece relevante), cuando se acerca el carpintero para sellar las puertas del inmueble desahuciado, le preguntan si no se siente mal al hacer esto. «Es mi trabajo» responde. «Pero usted también es de clase trabajadora» observa una de los miembros de la familia. «A la gente que paga no se la echa de casa» finaliza el carpintero.
Hay dos cosas que encuentro fascinantes en esta situación: la primera es la conciencia de clase de la desahuciada; la segunda es la total impiedad por parte del carpintero: dos ejemplos de cultura protestante inconcebibles en España.
Las mejores universidades del mundo fueron fundadas, en su mayoría, por calvinistas. En la entrada titulada «Epílogo: el espectro político en España» hablo sobre la extraña paradoja que me parece que gente que se declara de izquierdas sean a su vez unos grandes admiradores de la cultura nortemaricana. Curiosamente, la impresión que yo siempre he tenido es que la cultura americana no es que esté influida por el capitalismo, sino que está deformada por él. Y esto lo digo yo, que amo el capitalismo. ¿No sería lo lógico que alguien que se declara de izquierdas no entrara al trapo de la maquinaria propagandística del capitalismo que ensalza valores que benefician a autores como David Foster Wallace, Pynchon o Franzen?
El mismo Owen Jones es un claro ejemplo de cómo las sociedades protestantes, además de, como exponían Weber o Talcott Parsons, ser mejores a la hora de entrar en la dinámica del capitalismo, también crean mejores izquierdistas que sociedades no tan buenas en el juego del libremercado. ¿Sería Owen Jones tan bueno si no hubiera estudiado en una universidad como Oxford? ¿Por qué no traducen a Eloy Fernández Porta y a Beatriz Preciado al inglés? ¿Complot del capitalismo? ¿De la cultura anglosajona?
Yo creo que no, porque hasta leer a Owen Jones, ni  yo ni nadie a mi alrededor siquiera llamaba «clase media» a la burguesía, o «clase baja» al proletariado, ¡ni siquiera había pensado en qué era la clase baja! Aunque Owen Jones podría aportar muchas ideas nuevas a la izquierda, irónicamente, creo que si hubiera nacido en España, sí que se quejaría por algo, y se quejaría en su casa, porque, hijo de nadie, en un país donde ser inteligente no sirve de nada si eres pobre, ¿a dónde iba a llegar? ¿A licenciarse mediocremente en Historia en la UCM porque el sistema educativo público dedicó todo su tiempo a conseguir que la medianía sacara la mejor nota posible en lugar de apoyar a los más aptos, y después, a los que lo tienen más fácil, les mandan al Bachillerato de Excelencia, que todo el mundo considera insultante, o al Bachillerato Europeo, que es un eufemismo del anterior? ¿Y luego? ¿A meterse en un sindicato corrupto como UGT? ¿Cómo iba a atreverse, encima, un puto chav de Stockport (o de Móstoles), a querer ir a Oxford a erigirse sobre los demás, como ese hortera de Cristiano?
_____________________________________

[1] Sobre las diferencias entre la intelectualidad española y las anglosajonas hablo en las entradas «Paradigma, cosmovisión, cultura, complot» y «Reflexión».

[2] «La gente estúpida es generalmente maliciosa, por la misma razón que los feos y deformes».  (Arthur Schopenhauer, Sobre la naturaleza humana.)


[3] «We find that unattractive individuals commit more crime in comparison to average-looking ones, and beautiful individuals commit less crime in comparison to those who are average-looking». (Naci Mocan, Erdal Tekin, Ugly Criminal.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario