27 de octubre de 2014

Invitados #6: José Carlos Cañizares, Furia.

Giordano Bruno, un heroico furioso.
Es intuitivo a cualquiera que algo existe que se traga nuestra furia en pequeños montoncitos, y que lo hace incluso —o quizás precisamente— cuando más la necesitamos. El error está en creer que esta furia es aplacada por algo concreto —un error en el que yo mismo caigo a menudo. No, nuestra furia no es aplacada por Siempre Así, ni por Qué Tiempo Tan Feliz, y ni siquiera por las finales de la Champions. Nuestra furia se disipa, más bien, en todas direcciones. La mayoría llegamos a viejos en edad universitaria, y lo que nos queda de fuerza se distribuye uniformemente entre todos los objetos y seres que nos rodean, ¡y el número de estos objetos crece sin cesar!
Cada nueva autopista o edificio, cada nuevo objeto que compro en el Ikea o en el chicuco de la esquina, son cosas que portan cargas de sensualidad. Estas cargas no hablamos de nada físico se refieren a los modos de usarlas. Las cosas se presentan y suscitan su uso potencial. Cuando uso una cosa, debo ejercer un esfuerzo sobre ella; cuando no la uso, todavía se me presenta, y debo elegir evitarla, o lo que es lo mismo, no usarla. En ocasiones, incluso debo reflexionar antes de comprender por qué no debo, o no quiero, usar algo en particular. Este esfuerzo sostenido sobre las cosas se paga en términos de fuerza, es decir, de furia. Y los objetos son cada vez más complicados y difíciles de manejar. Imaginamos la fuerza de un ser humano como un pequeño riachuelo que va frenándose con el roce de la tierra, con el encuentro de los obstáculos más diversos, hasta que al fin forma un charquito, o simplemente se seca por completo.
Del mismo modo, la proximidad física entre humanos apaga nuestra furia, pues algo nos afecta tanto más cuanto más se parece a nosotros; de donde se sigue que nada nos afecta más profundamente que las otras personas. Existen, por tanto, pocos artes más difíciles que el arte de cohabitar. La cohabitación nos exige mantener nuestras percepciones de otros seres humanos dentro de la más absoluta simplificación. Esta simplificación se ve relajada en ciertos márgenes dentro de los cuales permanecen nuestros seres queridos, mientras que otros perfiles típicos se abstraen a la medida de los ámbitos de relación que suscitan (el tendero existe en su tenderidad cotidiana, como el revisor del metro en su revisoridad), hasta desaparecer en la tiniebla de lo que, para nosotros, es una persona absolutamente abstracta: el ciudadano común, la persona-audiencia, la persona-voto, el fan. Estas operaciones de identificación, manipulación y simplificación de perfiles nos obligan a una acomodación constante y basculante con las otras personas, y así son rutinizadas por nuestro organismo.
Cuanto más rutinizamos, es decir, cuanto más automatizamos nuestras percepciones y acciones, menos energía consumimos. Se observa que la más mínima dispersión respecto de nuestras rutinas tiene un elevado coste en esfuerzo, coste que pagamos con un reblandecimiento de nuestro espíritu. También debemos aprender a reblandecernos a voluntad, es decir, debemos ser capaces de infligir un castigo sobre nosotros mismos a cada momento, y en particular sobre nuestra individualidad. Ello se debe no sólo a que no podemos disfrutar de todos los objetos y actividades que nos agradan, sino también a que debemos hacernos simples y rutinarios a las percepciones de los otros, como la economía de la cohabitabilidad exige. De lo contrario, seríamos sorprendentes; y toda sorpresa es una dispersión que exige un subsiguiente esfuerzo de acomodación; luego...
Hemos visto que nuestra furia languidece a medida que los objetos de nuestro entorno aumentan en número, cada uno exigiendo a nuestro cuerpo percepciones, decisiones y modos de uso particulares. Además, nuestra fuerza, que es la fuente de nuestra furia, se apaga con la diversidad, pues cada nuevo tipo de objeto es un nuevo modo de hacer, que alberga una nueva forma de afectarnos. Ahora bien: también hemos dicho que ningún cuerpo disminuye más nuestra furia que un organismo humano, pues éstos son los que más nos afectan, y los que exigen mayor trabajo de acomodación mutua. Se sigue, pues, que debemos castigar nuestra individualidad de muchas maneras y, sobre todo, vemos cómo una gran medida de esta individualidad se pierde en términos de poder para enfurecernos, para ser fecundos, abrasivos, originales, etcétera.
Cuanto más invasiva, decidida, potente e inmediata es una acción, más cantidad de furia puede ser liberada. En efecto, el hecho de que seamos capaces de domesticar la furia a lo largo del tiempo, y a través de innumerables operaciones de acuerdo y acomodación con las cosas vivas o inertes, implica bien que nuestra furia no estará disponible para cuando la necesitemos, bien que ella se verá obligada a manifestarse en formas más sutiles y mediatas. ¿No serán éstas las famosas sublimaciones de Freud? ¿Acaso no advertís, queridos lectores, que vuestra furia, como la de quien os escribe, ha quedado confinada a la inoperante República de las Letras? Desde luego, la operatividad de la furia es inasumible en las ciudades abarrotadas: la vida cívica sería del todo imposible si se permitiera un gran número y variedad de acciones furiosas. Por esta razón, la ciudad contemporánea necesita un buen número de repúblicas abstractas en las que confinar esta furia sutilizada y mediata. Localización y regulación de la furia: un pilar del civismo.
Así que la furia sutilizada no se remite exclusivamente a la República de las Letras esto nos era obvio desde hace mucho.
Desde luego, las consideraciones anteriores apoyan aquella famosa tesis meliorista de nuestro querido Steve Pinker, quien piensa que la humanidad ha encontrado su way out de la violencia (¿a quién hemos de agradecer este genuino progreso, al fin? ¿A la sociedad de la abundancia, a la liberal democracy, a la sociedad de la información? Pues cuando escuchamos los clamores de progreso, ya estamos esperando a que nos digan quién o qué es la causa de dicho progreso). Naturalmente, el declive de la violencia es sólo aparente, circunstancial: se debe a que nosotros, pobres ciudadanos, hemos sido largamente domesticados, y a que, cada día de nuestras vidas, nos hemos visto obligados a cohabitar y, por supuesto, a convertirnos en commodities agradables y poco sospechosas; commodities que viven apaciblemente entre commodities. Rompamos los flujos y los ritmos de circulación de las commodities, rompamos sus itinerarios: de inmediato veremos que la furia emerge, que se propaga desenfrenada y en una forma tanto más brutal.
Sabemos también que existe gente que no responde ante las obligaciones cívicas, gente que puede permitirse imponer su furia cuando lo desea, furiosos profesionales. ¿No son estos furiosos los cuerpos de seguridad del Estado, pero también los futbolistas? ¿No admiramos a Sergio Ramos porque él puede manifestar su furia en nuestro lugar? Y más aún debiéramos admirar a Mike Tyson, brecha abierta en el régimen espectacular de domesticación de la furia. Furia, ¡ah!, te revelas entonces como una producción social sujeta a las leyes de especialización de todo lo demás. Quienes aplastamos cada día nuestra furia e individualidad, ¿no debemos a Dick Cheney, JP Morgan, Florentino Pérez, así como a las fuerzas del orden, este derecho nuestro a ser gente civilizada? ¿Y no os sentís orgullosos de ser especímenes que confirman aproximadamente la teoría de Pinker, quizás la última que el Espíritu de la Ilustración llegue a fabricar? ¡Cómo podríamos negarnos a esto! ¡Ser vestigios de la Ilustración en plena Edad Oscura!
Por otra parte, ¿quién podría decir "menos furia", allí donde sólo hay más progreso? Sin duda un impío, alguien desagradable, un furioso. Y nosotros, ¡nosotros somos unos sentimentales!
¿Cómo podríamos demandar más furia, el derecho a estar furiosos?
Parece que debemos conformarnos con seguir siendo todo lo poco piadosos que podamos.
Y dejar la furia de lado como cosa de especialistas.

Steve Pinker, aquí TEDificando
el hegelianismo sin contradicciones.
[Jose Carlos Cañizares es James Doppelgänger en 
Homo Velamine, revista ultrarracionalista de periodicidad aleatoria.]

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